¡Vaya amaneceeer!
Los gritos de la peque me sacan del momento zen-zacional. Voy a la cocina, preparo los cereales, saco pan del congelador para el bocata de la mayor, pongo la leche al fuego (en un cazo, se entiende; porque directamente en el fogón, no funciona); voy a por la peque que ha subido el volumen de las quejas; la saco de la cuna. Despierto a la mayor; saco el cazo del fuego, pongo la leche en un bol y le añado cereales. Vuelvo a despertar a la mayor. Oigo el ruido de la primera baja; un bol hecho añicos en el suelo y un bebé riéndose en cuclillas exclamando: «¡Oooh!» con las manos alzadas. Me enfado, pero nunca se si ella se entera. Voy a por la escoba, y de paso despierto por tercera vez a la mayor. Recojo los añicos con ciertas dificultades, cuesta muchísimo barrer con un bebé colgando de la escoba, así que la siento en la trona y le doy un juguete para que la mantenga distraída, lo tira al suelo, ¡No pasa nada! Le doy las llaves de casa, eso siempre funciona. Acabo de recoger los restos de bol de la cocina y le llevo los cereales que, por cierto …. ya se enfriaron, así que, de vuelta a la cocina, no sin antes pasar por la habitación a ¡¡¡DESPERTAR POR CUARTA VEZ A LA MAYOR!!! Pongo los cereales a calentar otra vez. La peque ya se cansó de las llaves (lo noto por el sonido de llaves cayendo y porque empieza a berrear) vuelvo con los cereales calentitos. Aplaude. Mientras se los doy, grito dulcemente a la mayor una frase amorosa bastante ininteligible. La mayor aparece refregándose los ojos… en pijama.
Acabo de darle la última cucharadita de cereales a la bebé y me voy corriendo a la cocina a preparar el bocata, los cereales y el zumo de naranja de la mayor (que pide que se lo cuele que las cositas le dan asco; le contesto dulcemente sobre lo que opino del tema). Oigo el sonido estrepitoso de la segunda baja del día: la peque ha lanzado su plato al vacío, posiblemente consideró que hablar dos minutos con su hermana era excesivo.
Recojo los pedazos, los tiro a la basura y me veo ahí … reflejada… hecha añicos, cayendo en la bolsa de plástico… Me recompongo al ver que quedan tres minutos para que llegue mi vecina a reclutar a la mayor que SIGUE EN PIJAMA, (quizás sea carnaval hoy), le grito:
-¡Espabilaaaa! (pero con dulzura, por supuesto).
En 3 minutos tiene que vestirse, tomarse el zumo con cositas, los cereales, peinarse (es mil veces más fácil arar un pedregal), guardar el bocata y el agua en la bolsa del cole, y no se si cabe hacer un pipí y lavarse la cara (es un decir, se moja la punta de dos deditos y se perfila los ojos). Mientras tanto visto a la pequeña, hoy toca pediatra (no se bien a que vamos…) llamé la semana pasada porque estaba con fiebre y tos, y claro. ya se le ha pasado. Iremos a saludar, así la conocemos. Llaman a la puerta. Mi hija va a abrir con una pierna aún fuera del pantalón.
¡Gabinete de Crisis! Dejo a la peque jugando en el comedor y voy corriendo a por el peine, peino a la mayor mientras saludo a la vecina que pone cara de estupefacción. Se hace harto difícil peinar un pelo impeinable mientras la dueña del pelo se mueve en todas direcciones (claro, tiene que hacer todas esas cosas que no hizo en su momento), y justo cuando estoy a punto de gritarle amablemente para que se esté quieta se oye otro estrepitoso sonido de algo insalvable…. ¡¡¿Pero que le pasa hoy?!! El suelo de la cocina está lleno de pedazos de plato, y mi hija lleva una panera en la cabeza y una cara de felicidad que me desmonta por completo.
Decido dejar la recogida para después, vuelvo a poner a la bebé rusa en la trona (y en ruso me comunica su desaprobación) y ayudo a la mayor a ponerse la chaqueta, colgarse la bolsa del cole y encontrar la dirección hacia la puerta (tiene tendencia a equivocarse y dirigirse hacia el espejo).
Respiro profundamente… Miro a la peque y está tranquila, mirándome, me regala una dulce sonrisa descontracturante y se me olvida por completo el porqué estaba enfadada y tensa (qué tía, ¡no sabe na!). La saco de la trona y la llevo al lavabo para lavarle la carita y de paso el pelo y todo lo que dio de sí un plato de cereales, y ya que estamos yo haré un …. ¿Cómo narices acabaron esos dos rollos de papel flotando en la taza del váter? pues nada, no hay pipí. Es más, paso del pipí, paso de recoger los rollos, paso de los pedazos del suelo de la cocina y paso de todo, nos tenemos que ir al pediatra y hoy ¡quiero ser puntual!
Ya está; listas en la puerta para salir y … ¡¡¿las llaves?!! … Pueden estar en cualquier parte, ¡Dios! Quince minutos más tarde; después de haber bajado por la escalera de caracol (mi hija tiene pasión por esa escalera y le lanza todo tipo de ofrendas); mirado en las basuras (otra pasión, pero claro, si yo le enseño a tirar el pañal a la basura y aplaudir, pues ella que sabe, te tira el móvil y ¡aplaude igual!); debajo de las camas; en la taza del váter (ahí no están, se verían rapidito flotando encima de los rollos de papel), por fin aparecen dentro de un bol en un armario de la cocina. Doy gracias a la vida; podría haber sido mucho más rocambolesco.
Llegamos tardísimo al pediatra, tal como llegamos se abre la puerta y nombran a mi hija. Pasamos delante de todos, que deben llevar una hora esperando … Nos miran fatal.
Parece que fue un dia perfecto, ¿No?
FIN
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