Es curioso lo que le sucedió a Juani, mi vecina del segundo primera. Esta mañana a las siete ya la tenía en casa contándome todos los detalles. Como cada martes, se levanta, coge el tren de las ocho y, al llegar al centro de la ciudad, espera el bus que le lleva hasta su consulta. Pero el otro día, estando en el andén, sintió algo distinto cuando vio a una niña con su madre. La niña llevaba un peluche en la mano que la hizo trasladarse a su niñez. Ella adoraba a su osito. Lo llevaba consigo a todas partes. De hecho lo tiene en la librería del salón. Me había contado que a María, su mejor amiga, le regalaron uno igual porque siempre quería quedarse con el suyo.

  Mientras iba en el tren, pensó en su infancia y los recuerdos le vinieron a la mente. No sabía por qué, pero sentía una especie de añoranza más intensa. Decía que quizás ver a esa niña tan feliz con su osito de peluche le hizo revivir todas las aventuras que compartió con el suyo y junto a María. « ¡Ay…! ¿Qué sería de María?».

  A las nueve abría la consulta, así que una vez bajó del bus, aligeró el paso. Fue entonces cuando oyó una voz que la llamaba. Al girarse vio a una chica con un pañuelo en la mano, agitándolo de arriba abajo. Se dio cuenta de que era su pañuelo, que con las prisas se le habría caído. Corrió hacia ella para recogerlo. En ese momento vio a una niña pequeña que apareció tímidamente detrás de la chica. ¡Era la niña del osito de peluche! Sonrió y le dijo que qué osito tan bonito tenía. Se volvió a esconder detrás de su madre y entonces le contó que de pequeña había tenido uno muy parecido. La madre le dijo que ese peluche había sido suyo en su niñez, se sonrojó cuando recordó que le llamaba Roy porque así se llamaba el protagonista de sus dibujos favoritos. Juani palideció. Sin pensarlo preguntó “¿María?”. Solamente pudo pronunciar que su osito se llamaba Ray. Y entonces lo comprendió todo. Se miraron y se reconocieron.

  La acompañó hasta la consulta mientras recordaban lo inseparables que habían sido en la infancia. Le explicó que siempre le había dolido la manera en que se marcharon de la ciudad, sin dar explicaciones a nadie y, sobre todo, sin poder despedirse de ella. Juani me había hablado muchas veces de su gran amiga María, cuando nos contábamos nuestras batallitas de la infancia. Y ahora resultaba que volvía a vivir en la ciudad. Es más, como después de tanto tiempo solamente querían ponerse al día, quedaron por la tarde, y Juani la invitó a su casa para estar más tranquilas. Os podéis imaginar la cara que se les quedó a las dos, incluso a mí después de saberlo, cuando se dieron cuenta de que María vive ahora justo en el edificio de enfrente. 

FIN

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