Aquí me encuentro. Un día más, en esta calle de pensamientos atropellados y frenéticos pasos, disponiéndome a observar y a ser observada, expuesta al tumulto de movimientos que formarán mi esencia y yo la suya.

Hoy la mañana se presenta entretenida, parece que el viento no está poniendo malhumorado a todo el mundo. De momento, al señor del andar saltarín se la ha ido revoloteando el periódico y junto con él, ambos han empezado una danza casi grotesca; a la mujer estatua, sus propios bigotes, le hacen esbozar una sonrisa que nunca antes había visto; y a la niña de olor a caramelo, parece que hoy no le molesta el peso de su mochila. Aún no he visto ese tímido perro que me hace cosquillas con su cola. A veces pienso que es el único que de verdad quiere conocerme un poco más.

Sé que puedo resultar curiosa porque estoy aquí sin más. Eso me hace pensar que ayer, vi a ese robusto anciano mirarme con desdén. Esa mirada me hizo querer saber que pensamientos le abrazaron en ese momento, pero me temo que nunca podré preguntárselo.

¡Anda, mira! El señor extravagante, hoy trae tan relucientes sus zapatos que siento penetrar los destellos del sol en mí. Parece que el viento ha menguado, y tenemos por delante un tranquilo día de primavera. Ahora, el sol y la sombra formada por las acrobacias de verdecillos, me hacen parecer un tanto distinta.

Es agradable el olor de la casa de té, parece que han traído nuevas adquisiciones y con ellas, incansables olfatos. La señora de la nariz respingona, une el ritmo de sus pasos con el aleteo de su nariz, dejando ir un gracioso estornudo que hace girar a los de su alrededor.

La chica de corazón temeroso, parece que sigue inmersa en su mundo, sin sentir el sol, el canto de los verdecillos y ni tan siquiera el olor a té. Aún así, se acerca, saca una cámara del bolso, me hace una fotografía, la revisa, guarda la cámara, me vuelve a mirar y sigue su camino.

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Me recuerda un poco a mí. Siempre observando. Yo hacía el exterior para no mirar adentro, ella hacía adentro buscando respuestas que quizás están afuera. Curiosa la búsqueda incansable que establecemos para no aceptar quien realmente somos. Sé que mi pintura se desvanecerá y yo con ella, pero ahora no quiero pensar en ello.

Solamente conozco el ritmo de la calle por los pasos que resuenan en ella. Veo miradas sin nombres propios y cuerpos en movimiento, donde fluye su ser más verdadero, a veces invisible para ellos, mirando poco afuera o demasiado dentro.

Quizá ellos me conocen más que yo misma, quizá yo les conozco más que ellos a sí mismos. Por sus pasos, sé que les mueve y porqué. El movimiento de sus vidas, me ayuda a olvidar la ausencia de movimiento en la mía y aunque es una sensación aparentemente vacía, me reconforta.

FIN

CARRER D’ ASTÚRIES, BARCELONA.

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