La calle donde crecí ahora está desolada, pero de eso no quiero hablar.
Esa calle que recuerdo era ruidosamente joven; las casas crecieron con nosotros, prueba de ello eran cuatro crespones, uno por cada hija, que fueron creciendo, creciendo, floreando.
En la entrada de la casa había dos pinos delgados y esbeltos que llegaron tan alto que el viento de cuaresma los dobló y con ellos a los cables de la luz. Entonces dejaron de ser pinos y solo quedaron muñones de troncos que recuerdan los días de adolescencia tardía y de adultez precoz, aunque suene a contradicción.
¿Por qué como pay de queso al escribir esto?
Para endulzar la niñez larga, larga y lenta.
Hoy vivo lejos de esa casa, donde aún perduran las plantas que describo.
Pero no hay macetas con geranios, ni begonias, ni jazmines.
Nos fuimos yendo poco a poco, una a una, y mi madre con nosotras, como si el cordón umbilical nos liara a las cinco.
Crecí en un lugar austero, árido, caluroso en verano y frío en invierno.
Recuerdo andar descalza, sin importarme el mundo.
Tenía veinte años cuando dejé esa casa, la paterna, en Reynosa.
Reynosa es una ciudad fronteriza con Estados Unidos. Al norte, un poco al este, un río llamado “bravo” nos separa.
¿Por qué poner esos nombres a los ríos?
Sigo comiendo mi pay.
Oigo las campanas de la iglesia repicar.
Aquí, donde ahora vivo, en el sur, en Oaxaca, la fe es inmensa, benévola como el clima, abundante como el arte. Poco a poco me despido de ella, pronto regresaré al norte, pero no a Reynosa.
Pero si puedo escribir de esas calles que recorrí.
Imaginar.
Volver y encontrarme con la puerta de madera, con el olor a café recién hecho que ya no está.
Muy probablemente ningún vecino me recuerde, esa niña tan rara, tan angosta. Nunca supieron de mi amistad con las letras.
Nunca supieron de mí hacia adentro.
Seguro entraría despacio para no despertar a ningún fantasma dormido.
Puedo imaginar mi cama, mi almohada, mis cajones intactos.
¿Qué si quiero ir?
No.
Prefiero guardar la imagen “virginal” de ese lugar ya seco y cansado.
Y hay cosas que no olvido, mi dirección: Altamirano # 308 Colonia Ribereña. Es como una credencial tatuada; de ahí vengo, ahí se curtieron mis pies por gusto propio, ahí crecí de estatura solamente.
Dejé esa casa porque si no, ahí hubiese quedado, ya sería como parte de la pared cuarteada, estaría quizá en alguna grieta, confundida entre el yeso y el polvo, que es parte de Reynosa; nada de rey, menos de hermosa.
Pero ahí quedé un poco, porque insisto, al nacer la madre arroja en cada latido parte de la placenta que me alimentó.
Por cierto, no había dicho que ahora tengo a mi Mar. Marina que es un tanto como yo, angosta, delgada, amante de las letras, pero ella tiene otra vida, otro tiempo, otra calle, otra era; más digital, menos análoga.
FIN
I.M. ALTAMIRANO
REYNOSA TAMAULIPAS
MEXICO
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