¡Aquí señorcito! ¡Aquí!

Ya puedo ver la cara congestionada de Mirna que sube por la Corredera baja. Habíamos quedado en la esquina con Pez pero se ha debido de aburrir…

Estas aceras son demasiado estrechas… “No me voy a cabrear…”, me he dicho, pero en un momento dado he advertido que el demonio sobre ruedas venía hacía nosotros a una velocidad morrocotuda y yo dudaba en que hacer, elegir entre aplastamiento por furgón o hacinamiento bajo andamio… Escojo apretarme contra mis congéneres bajo andamio, y a toda velocidad hago un quiebro subiéndome a la acera de treinta centímetros. Pero no somos suficientes. Ahora observo a un ciclista que viene, rapidito, y en dirección contraria hacia mi. ¿Por la acera? Si, por la acera.

“Yo no me puedo bajar…” Le digo al de la bici levantando los hombros y tragando saliva. ¡Va a toda leche! Pero el furgón podría aplastarme como a un pajarito…

“¡Tú lo que pasa es que eres gilipollas!» Me dice el ciclista que en último momento ha decidido bajar de la acera casi estrellándose contra el trolebús. ¡Se ha alejado tan rápidamente! Pero todavía puedo ver sus rastas largas. Giro la cabeza y veo que Mirna ya está casi a mi lado.

-¡Buenas noches señorcito!- Me dice cogiéndome con su manita fría como una garra. ¡Parece que hayas visto al señor escalofríos!

-No… es que un menda que iba en bici me acaba de llamar gilipollas…- Le explico ofuscada.

-Con este dardo envenenado lo mataré…- La escucho ahora con una voz muy inquietante.

A Mirna le gusta mucho decir cosillas de este estilo cuando caminamos juntas por el barrio; Malasaña es duro de pelar…  Llegamos tarde a nuestro plan…

Saltamos un montón de latas de cerveza desparramadas por el suelo a toda leche. “Mira, el imperio Fu manchú avanza posiciones…” Me dice ahora con gesto de dolor. Sé la relación que tiene con los lateros… Desde la esquina de la calle Escorial, tal y como habíamos quedado, veo sentado en el escalón de mi portal  a mi vecino Cristiano. Nos mira y me sonríe con su boca roja de Mick Jagger, con su mirada dulce color miel.

Por fin voy a presentarle a Mirna. Ella le conoce desde que era un chaval e iba con su pandilla de bacalutis por el barrio… “

–¡Cómo ha cambiado este chiquillo! Venía con los zanguangos de sus amigos cuando eran pequeños a pedirme vasos de agua… ¡Anda e iros de aquí so cerdos!”–Me dijo  muy contenta un día en el bar en el que trabaja.

–He hecho acopio de huevos, como ordenaste…­– Me dice ahora Cristiano con su sonrisa de delfín.

Los tres miramos emocionados hacía mi balcón. Mirna estira su manita fría de uñas rojo Le vernis Chanel al ras en la que poso mi mano temblorosa,  sobre la  mía se acopla como Alien la de Cristiano grande, blanca, con sus venas azuladas.

–¡POR EL PODER DEL CABELLO NASAAAL!- Aúlla ahora al cielo de Malasaña.

Calle_escorial.jpg

Madrid, Calle Escorial

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