Hace ocho años me mudé acá. Fue tras un nuevo fracaso. Otra vez sólo yextrañando una hija de dos años, con cuarenta y nueve.Así llegué a este conventillo vertical.  De entrada, fui abordado porcaras obesas, amargas, desconfiadas. Propietarias, de las ventanas porlas cuales se descolgaban, con el fin de no perderse nada delcontenido de mis bultos. Las puertas se entre abrían o abríantotalmente, con torpes disculpas y falsos saludos de recibimiento..Hoy cualquiera es sospechoso mientras no demuestre lo contrario.El olor a porro que a veces salía de mi ventana, no hizo sinoconfirmar esas sospechas y llevó a los soldados del bien y las buenascostumbres, a manifestar su indignación, arrastrando muebles,golpeando paredes, llamando a la policía.Un día, advertí que debajo de mi apto, vivía alguien más, que parecíaajeno a la manada. Solo se le oía por la noche y sus conversaciones asolas y ruidos de botellas, parecían indicar un buen borracho.Oyendo sus movimientos, entendí que también él, le molestaba a quienvive debajo, así se lo querían hacer entender, como a mí.Eramos como dos insectos, atrapados en una telaraña de alarmas, deinsignes vecinos, guardias del sacrosanto derecho a la propiedadprivada y el modo de vida occidental y cristiano.Encabeza la cruzada, una histérica joven, cuyos padres, aportaron elapto como dote y los de él, una parte propiedad de ómnibus. Porsupuesto, para estos campeones del éxito y el cómo hacer las cosasbien, éramos el peor ejemplo, para su futuro hijo. Ella era la cabeza visible de la cruzada, no la única, ni  la más radical.En PB, una matrona, que detenta un  gesto adusto, prepotente y unrictus amargo, con el cuál se sienta a tomar mate dulce, en el sectorde jardín que cercó y apropió.Este ser, tiene un fuerte poder de convocatoria con todos los demásque no se ven, pero concurren a sus rondas de mate dulce.Lo demás, son conversaciones interrumpidas cuando uno pasa, presenciasque se adivinan tras las puertas y mirillas, señalamientos de cabeza ymiradas airosas al pasar.Este clima de guerra fría, una noche se calentó. En mi ventanal,apareció una luz amarilla, se trataba de fuego. Llamas amenazabandesde abajo, del vecino prisionero como yo.Bajé entonces y golpeé, abrió y en lo que pude ver de su cara, vi sudesinterés, como que aquello no le ocurría a él. El fuego se reavivócon el aire y a su luz, vi enormes cantidades de diarios en brasas porel piso, mapas pinchados en las paredes. El solo decía, «se perdió mitrabajo, mi trabajo de años «Los demás no aparecían, corrían escaleras abajo, a ver el espectáculo a salvo.Al otro día, los invisibles, reunidos en asamblea, decidieron expulsaral borracho incendiario. Y yo?, yo sigo aquí, esperando que hara’n  conmigo los invisibles.IMG_20151210_0845141.jpgIMG_20160404_1820092.jpgIMG_20160404_182039.jpg

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