AQUEL BOLICHE

Estabas ubicado, como tantos en Montevideo, en aquel barrio que supo de calles de adoquines, silbidos de locomotoras, traqueteo de tranvías y ferias que eran el punto de encuentro obligado para quejas de precios y comentarios en voz baja de las novedades de las vecinas.

Cobijaste desde parroquianos peinados con raya al medio, como tu calle, hasta jóvenes de jeans gastados, como sus sueños. Y ahora, cuando la ciudad empezaba a ser envuelta en sombras, llegué yo. Me recibiste con ese inconfundible aroma, mezcla de alcohol, café y “picadita criolla” y con el saludo del viejo mozo, fiel testigo a lo largo del tiempo de encuentros y desencuentros así como mudo confesor de secretos ajenos.

En las gastadas banquetas, sobrevivientes a tantos años, estaban tus asiduos clientes , inmersos en sus mismos temas de conversación, alternando gritos, sorbos de grapa y risas que disimulaban el sonido de algún hielo chocando contra el vidrio. El viejo televisor de tubo, a esa hora trasmitía el noticiero, al que nadie prestaba atención, salvo al momento de los comentarios deportivos.

En ese clima tan simple como bohemio, tan de otros y tan nuestro,aguardé tu llegada; el escocés doble amortiguó mi temor a recibir el mensaje, avisando que no podías venir. Nunca fui bueno esperando, por lo menos desde que te conocí y nunca gasté tantas servilletas dibujando filigranas de sueños.

Al fin,la amplia ventana me trajo tu silueta doblando la esquina; lento el caminar, buscándome con tu mirada ansiosa y melancólica. Entraste y como por arte de magia todo pareció transformarse a mi alrededor. Y comenzamos a construir castillos en el aire, los rodeamos de paisajes inventados y volamos sobre ellos, sin tiempo, al galope de nuestras nubes. Descubrí que es verdad que las miradas pueden fundirse con la alquimia del amor y que el corazón puede palpitar tan fuerte hasta llegar a ahogar cualquier sonido; que el amor no es propiedad de poetas y que las quimeras no existen solamente en los libros de cuentos y que en una sonrisa se puede dibujar la complicidad sin ser necesarias las palabras y que hay miradas que pueden contener más sexo que horas de sábanas y abrazos.

Y no quería despertar, pero el ruido metálico de las cortinas funcionando a modo de implacable reloj, señaló el final. Y me despedí y te despedí, mareado de alcohol y ebrio de sueños. Y salimos a que la noche nos recibiera en su seno: vos sin tu sacón y yo con mis lágrimas en tus bolsillos. El tren ya había partido.

Calle LLUPES – BARRIO BELVEDERE – MONTEVIDEO – URUGUAY

(En homenaje al cantautor uruguayo Fernando Cabrera y su tema “El tiempo estás después”)

FIN

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