Lavalle 150

  Volví al lugar donde nací después de muchos años. Es domingo, la ciudad duerme, mi deseo de ver el barrio, no. Camino hacia allá, el mismo recorrido de cuando regresaba a mi casa luego de una mañana en la escuela. Estoy cerca de la esquina de la Espiga de Oro, siento el olorcito a pan, entro, me compro una torta negra con mucha azúcar y la como despacio, saboreándola, antes de llegar a mi casa. El corazón se me acelera cuando paso frente a la panadería y siento el mismo aroma del pan recién horneado. La ansiedad es grande. Todo cambió: la casa del tapicero, la funeraria ya no está, la vinería tampoco. ¿Seguirá viviendo allí la señora, doña Elvira, que levantaba los puntos de las medias finas?

  Estoy a solo diez metros de la esquina, llego, doblo y… allí está la motoneta del tío Luis, estacionada en la vereda de tierra de la casa de mis abuelos, mi casa. Apenas llegue la llamo a la Tati y nos subimos un ratito, las dos, así no nos reta mamá. A lo mejor llega el tío y nos lleva a dar una vuelta a la manzana. ¡Qué distinto está todo! La vereda hoy tiene mosaicos amarillos con rayas azules formando cuadrados; la calle está pavimentada y ¡no hay cunetas! Pero… ¿cuál es la casa? Busco el ciento cincuenta y allí la encuentro, es otra: ahora hay un negocio con vidriera que reemplazó a la puerta de madera verde y a la ventana con rejas. Me acerco mas, tampoco está el portín (así le decíamos) de entrada al lado del pequeño jardín con un “limpia tubos”, cuando se llenaba de flores rojas como cepillos le llevaba a mi maestra un ramo grande, era la única planta del pueblo.

  En lugar de la motoneta encuentro estacionado un auto último modelo. Sigo camino. Al lado de mi casa vivía don Quiroga: si puedo abrir el portín, porque a veces se traba, lo llamo para que me preste el botellón con botones, tengo muchos deseos de jugar y tal vez podría clasificarlos por color o tamaño, así le es más fácil a la Chuchi para encontrar el que le hace falta. Su casa también cambió y ellos ya no están. Miro con nostalgia.

  Doy vuelta la cabeza y veo a alguien conocido salir de la casa de enfrente: ¡Hey, Dorita, jugamos a las escondidas! Ya casi está oscuro. Es Dora mi amiga de toda la vida, con una sonrisa  nos fundimos en un abrazo, juntas termino el recorrido; pasamos a buscar a Roxana y a Lidia, son las únicas que siguen allí; las cuatro charlamos debajo del farol de la esquina como hace cincuenta años. Fin

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País: ARGENTINA – Ciudad: VENADO TUERTO – Calle: LAVALLE 150 – Autora: GRISELDA BOSI  

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