EXILIO EN LA CALLE PRINCIPAL

EXILIO EN LA CALLE PRINCIPAL

alejandro levacov

05/04/2016

En el año 2001 todo empezó a resquebrajarse: el mundo, mi país, mi vida. Argentina se iba a quiebra como una fábrica que cierra sus cortinas a la espera de tiempos mejores. Mi vida también se resquebrajaba en un paralelismo bastante penoso. El vínculo que me unía a mi compañera había entrado en fase terminal y, aunque no quisiéramos admitirlo, la putrefacción había comenzado a contaminar el aire que respirábamos. En ese contexto fue que decidimos marcharnos, con la vaga esperanza de poder dejarlo todo atrás.

Fue en mi nuevo país de acogida donde comencé a soñarla. No sé precisar cuándo descubrí que se trataba de algo recurrente: cierta familiaridad incómoda, la sensación de haber transitado otras veces ese paraje, la repetición. Esa calle, la calle en cuestión, era como una summa de mi vida entera, la cifra que albergaba la resolución del enigma en que se había transformado mi existencia. Despertaba aletargado, envuelto en un sopor que duraba toda la mañana y cuyos vahos se extendían a lo largo del día.

Tiempos difíciles, alejado de todos y de mi mísmo, volviéndome un extraño, me aferraba a esa calle soñada como si fuera el único lugar firme en mi vida. Por esa época comencé un diario de sueños y gracias a eso fue que pude trazar un mapa: debía de tratarse de una calle de infancia porque por ella siempre transitaba mi yo niño, lo que me ubicaba indudablemente en Buenos Aires. Otros datos fueron surgiendo en sucesivas anotaciones que ahora leo azorado. Mi andar es el de alguien que se dirige a un sitio específico, camina por calles que no le son ajenas, en un eterno atardecer de fin de verano. La atmósfera es dulce como si nada malo pudiera sucederme jamás. Miro hacia arriba y los rayos del sol se filtran entre el follaje de los arboles formando figuras complejas. Cierro los ojos deseando quedarme aquí para siempre, pero siempre, inexorablemente, termino despertándome en la dureza del mundo real.

Pasaron los años, me separé, volví a enamorarme y separarme otras veces. Cayeron imperios y otros se levantaron del polvo. La tierra siguió girando, ajena a nuestra farsa. Mis sueños fueron espaciándose: lo sé porque el registro de mi diario se volvió errático y las referencias a la calle cada vez más inaprensibles. La vida nos anestesia pero a cambio nos deja seguir viviendo.

Eventualmente terminé volviendo a mi país de origen. Me trasladé infinidad de veces, siempre con mis cajas a cuestas. Un día simplemente dejé de correr y abrí todas esas cajas. Mi pasado estaba contenido en ellas. Cartas, objetos, fotos de mi vida en movimiento, entre ellas ésta. El reverso dice mayo del 78. Es verano, los árboles dibujan sombras en las calles, tengo 5 años y río desaforadamente, y soy feliz, ajeno a las tinieblas que se ciernen sobre mi país. Inconsciente como jamás volveré a serlo, la imágen de quien fui parece decirme que todo va a estar bien.

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TEODORO GARCIA 2200, BUENOS AIRES

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