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La explosión del cohete, cascadas de burbujas, serpentinas, y charangas, anunciaron a  niños, jóvenes y mayores el comienzo de las fiestas. La carroza con la reina y  sus  damas comenzó a desfilar por la calle principal. Todo un espectáculo de color y sonido.

—¡Qué  alegría Ciriaco, me iría  detrás de las peñas como antaño! 

—¡Siempre tan cantarina!  Tus huesos bailaran después, otro son   diferente.

—¡Calla, y  disfruta del momento!  Recordemos que fuimos como esos mozos que van por la calle.

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—Maximiana, veo el desfile y  recuerdo el nuestro de hace años. Éramos  jóvenes pero no  felices.

—¡No pienses en aquello  Ciriaco! Han pasado 77 años… ¿No puedes olvidarlo?  ¿No recuerdas cómo conseguíamos nuestros momentos?

—No debemos olvidar Maximiana.

Ciriaco recordaba el escarnio que sintió recorriendo esa calle, con otros jóvenes que habían luchado en el bando equivocado.  Veía a su novia con sus amigas;  el pelo rapado, las ropas malolientes por el aceite de ricino  que las habían obligado a tomar, exhibiéndolas  como ejemplo de escarnio por su equivocado proceder.

«Ahora son cohetes y charangas. Entonces eran  motores de  camionetas,  pisadas de los  ejecutores,  aporreos en las puertas,  sollozos de gente sacada de sus casas y  que nunca volvía ¡Era el miedo!»

— Maximiana, no podemos borrar  la memoria. Repetiríamos los mismos errores.

—¡Mira Ciriaco,  Marta tu biznieta  está radiante!

—¡Está  muy hermosa! Se parece a ti Maximiana.

«¡Cómo habían cambiado los tiempos!  Hoy todo es  bullicio, y  música que alegra las fiestas. Antaño, la fotografía estaba sin revelar.  ¡Cuánto ha visto pasar esta calle! Si las piedras hablaran, la historia  conocida cambiaría por completo.  Lo sé. Y como yo, mis compañeros. Todos sufrimos el escarnio y la humillación. No han contado los hechos. Transmitieron retazos de color pastel  que cegaron a todos.  Los gobernantes transformaron la sociedad… también estaba la Iglesia… Su participación….  »

 —Ciriaco,  ¿has visto a Manuel? ha heredado todas las formas de nuestro amigo Simón.

—Él era más enclenque. La alimentación de aquellos tiempos era tan escasa… no sé.

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«Pobre Simón. Escapó a México por los pelos. Evitó  los fusilamientos por casualidad, porque  escuchó voces indiscretas que alardeaban conocer las casas que iban a ser “visitadas”. También Casimira salió por patas a Francia.  Fusilaron a su marido, y los  republicanos salvaron  a sus hijas llevándolas a Rusia. En sus cartas prometía volver, y vengar a sus gentes. ¡No volvió! ¿Acaso, alguna de sus misivas cayó en manos inadecuadas?… Tal vez…»

—¡Papá, Mamá, vamos a “la peña” a beber zurracapote!

—¡Igual que tu madre! Desde el mirador disfrutamos sin sufrir empujones, ni codazos,  y no te caen porquerías.

—¡Hala vamos! Pantalones blancos, camisolas rojas, y a disfrutar de las fiestas.

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Con paso inseguro avanzaban hacia “la peña”. Como cada año, las  lágrimas se deslizaban por las mejillas de Ciriaco, y volvía a escuchar sus voces:

“¡Jacinto ven, aquí no nos encontrarán!”

“¡No te muevas, iré cuando pasen!”

Pump, pum, pump…

“¡Nooooooooooooooo!”

Un rojo carmesí  tiñó la  calle durante mucho, mucho tiempo.

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C/ Mártires  -Calahorra-

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