Lupe, Yuca, Jaro, Toño, o el nombre que le pusieran, descargaba un cartón detrás de otro. Formaba un cuadrado perfecto, otro y otro. Luego, se secaba la transpiración con una toalla amarillenta mientras sacaba la cuenta de todos los seises que se podría chingar y en cuánto los podría vender. Continuaba, cuadrado tras cuadrado, hasta que vaciaba el camión y tocaba pasar al siguiente.
Antes de abrir otro, se detenía unos segundos delante de la publicidad, el gran monumental que día a día el sol de Puerto Vallarta despintaba. No se acostumbraba a la imagen estática y descolorida, no, él, en colores vívidos, revivía la fiesta: se veía entre las chicas en traje de baño, con anteojos de sol y con todos los dientes al aire.
Pero sobre todo le gustaba una, a la que dedicaba la última mirada y se la guardaba en la mente mientras pensaba: “Qué buena está la cabrona” Y abría el camión soñando que la güera pasaba por ahí, que se detenía en sus brazos fornidos y morenos, que le sonreía mientras sus pezones se volvían duros y asomaban sus puntas, que se encerraban en el camión y que le daba, le daba y le daba.
Otra vez a bajar cartón tras cartón, formando cuadrado tras cuadrado, hasta vaciar otro camión para volver, por unos segundos, a detenerse frente a la publicidad bajo el fulminante sol. Mucho más fulminante en el asfalto detrás del Wall-Mart que frente a él, donde desde lo alto puede verse romper una ola tras otra, bajo el disco solar que dará, incansablemente, vuelta tras vuelta. Y el narrador abandona, lentamente, la contemplación suponiendo que su descargador es feliz.
fin
Wall Mart Puerto Vallarta
CARRETERA TEPIC 430
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