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Grego, Rosa, Dolo y Mary después de salir del colegio Nuestra Señora de los Desamparados de Noblejas, corrían, como locas incipientes quinceañeras, a sus casas. Necesitaban darse prisa, para volver a estar juntas de nuevo. Quedaban todos los días. Éramos y aún somos las “amigas eternas” como nos llaman.

La enseñanza académica era esencial, pero mucho más importante, saber coser y prepararse para una vida casadera. Al acabar el colegio y sobre todo en la época estival, la cita era en la puerta de la calle Empedrada nº 5 para bordar el ajuar. Era preciso, poner en práctica las enseñanzas de las monjas, ese día tocaba hilván.

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Al caer la tarde, dejábamos la costura en el cestillo, hasta el día siguiente, tentaba ir a pasear  o caminar por el campo y subirnos a los cerros, a buscar plantas y flores silvestres. “Los quijones”, planta comestible con sabor anisado; “pan y quesito”, unas florecillas blancas, que colgaban acariciando los árboles o almendrucos verdes. Tras llenarnos el estómago de semejantes manjares, nos encaminábamos a buscar los campos de paloduz, pero estos, estaban más alejados e íbamos con menos frecuencia. Mas la mayor gozada, era correr libres, cogiendo tomillo, romero, sangre de Cristo, zapatitos, margaritas, mariquitas, grillos, gusanos de luz, renacuajos, lagartijas, etc. Salíamos despavoridas, ante la presencia de algún insecto, arácnido o escarabajo. Gritábamos felices, como típicas aspirantes a adolescentes, de poder divertirnos. ¡Con tan poco…! porque tampoco necesitábamos mucho más.

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Los terraplenes más cercanos al pueblo, camino de la estación de ferrocarril, tenían sus cuestas peladas por los culos, que habían dejado sus huellas. Jugábamos a tirarnos al “rastra-culo”. No éramos conscientes después, cómo nuestras madres, nos daban unos buenos azotazos, por llevar las bragas, eso sí, de algodón auténtico, manchadas de la tierra “arcillosa” con buenos agujeros, que se nos hacían, de tanto roce terruño.

Al final del día, rematábamos en la Fuente Vieja, donde acaba la calle Empedrada, antaño vía romana, ¡que belleza!¡es espectacular!. Veíamos a nuestras madres de lejos, barreños de zinc en la cadera, jabón hecho por ellas, a base de sosa caústica y aceite ya inservible, para conseguir otro buen guiso, que en sus ratos libres, fabricaban. ¡Ahí, estaban!, lavando en los pilones de la fuente, la ropa del día anterior, entre ella nuestras “bragas del terraplén”.

Nos sentábamos en los paredones, junto a los demás niños, jóvenes y adultos, desde donde, contemplábamos, el arco de medio punto con sus tres caños de hierro recio, de los que salía el agua con una fuerza por resurgir del manantial, que daba gozo verla y escuchar su música celestial. ¡Cómo acudían, los agricultores cansados y sudorosos a refrescarse! los pastores con su ganado al abrevadero, las mulas, burros y perros. En los anocheceres, la fuente estaba llena de experiencias vivas. Era un punto de encuentro más, de conversación, de sabios mayores y viejos, vivencias, tertulias,  juegos y alguna riña de más. ¡Se exhalaba la vida! por su misma sencillez singular. FIN
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                       FUENTE VIEJA DE NOBLEJAS (TOLEDO)

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