LUGARES PARA ESTAR
Manuela se levantó temprano y observó la calle con detenimiento, respirando hondo para apreciar el olor de la mañana. La calle estaba sola aún pero transmitía esperanza al ser iluminada por la luz del nuevo día.Sol.jpg
Después de las tareas matutinas Manuela salió a dar un paseo, hacía un día soleado, no muy frío, con guantes y orejeras se estaba bien al sol.  Sonrió y respiró hondo, se sentía feliz, plena; lo que hizo que la gente con la que se cruzaba le sonriera o la mirara con atención. Le encantaría saludarlos a todos, y preguntarles por sus vidas, no entendía por qué tenía que conocerlos  para poder hablar con ellos.
Observó  los niños que iban hacia el colegio, sabía que esos lugares no eran tan buenos como parecían. Estaban llenos, como casi cualquier sitio, de personas bien intencionadas deseosas de poder orientarte. Dicha orientación estaba en todo lo que la rodeaba y podría decirse que la irritaba. Siempre observaba con lupa cada decisión que tomaba para asegurarse de su autoría. Observó que la calle, de la cual disfrutaba mucho, era un claro ejemplo. No porque, a su manera,  nos llevara hacia donde queríamos ir, sino porque tenía normas implícitas que cumplíamos casi sin darnos cuenta.
Decidió probar qué tan cierto era este pensamiento y, ya casi llegando a su casa, se sentó en la acera a tomar el sol. Un vecino que cruzaba le preguntó con un deje de irritación:
– ¿Qué hace ahí sentada? ¿no se da cuenta que esto es un lugar público?
– Claro que me doy cuenta, por eso estoy aquí, porque es un lugar público- replicó Manuela.
– ¡Pero es un lugar de paso!
– No, señor. Es un lugar para estar, para pasar, para sentarse, para jugar, para leer. Para lo que usted quiera.
– Pero qué tonterías dice. ¿Qué cree que pasaría si todos hiciéramos lo que usted hace?
– Que nos llevaríamos mucho mejor, desde luego.
El hombre se fue indignado, discutiendo solo y  nada convencido por el argumento de Manuela. Ella se puso a pensar  en lo ocurrido y tomó la determinación de  luchar a su manera por recuperar las calles como lugares hechos para estar y no solo para pasar. Daría un paseo y se sentaría en cualquier punto de la acera, se quedaría de pie sin razón aparente, contemplaría las estrellas desde la calle, quedaría con sus amigos en la calle, leería en la calle.
Se levantó de un salto y gritó “¡Sí!”, llamando la atención de un vecino que fumaba en la ventana.
– Perdone si le he asustado- se disculpó Manuela- ¿Sabe que puede hacer eso aquí en la calle, no? Es un buen lugar para estar. ¿No le gustaría bajar y charlar un rato? Soy Manuela, la vecina del cuarto.

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