La primavera no sólo dejaba flores. En la calle de La Ermita, las hojas amarillas de los araguaneyes sembrados a orillas del camino, desenterraban el turbio pasado, de desamor y locura, de Eustaquio Tovar.

Tovar, cuerdo 11 de los doce meses del año, perdía la cabeza a la misma velocidad que floreaban los araguaneyes. Lo bueno, en medio de lo malo,  es que su descompensación mental sólo duraba un mes, marzo. Del resto, era un sujeto oficioso, que no soportaba el alcohol y que, juraba, no había conocido el amor, aunque esto último fue la causa de su anual tembleque psicológico.

Tovar, cuando tan sólo tenía 17 años, quedó prendado de Esperanza Cósmica. La conoció bajo un árbol de araguaney. La chica recogía flores para decorar la casa de sus muñecas. Y pese a su menudencia, de cuerpo y edad, su sonrisa fue la flecha que necesitaba Cupido para herir mortalmente -en el sentido literal de la palabra- a nuestro protagonista.

El idilio fue correspondido pero la suerte de los amantes duro muy poco. Cuatro semanas después, la casa de Esperanza ardió en llamas y ella, junto a su familia, tuvo que mudarse. Partió al llanto vivo, caminando sobre una alfombra de amarillas hojas secas que cubrían la calle.

El percance no debió pasar a mayores para Tovar. Sólo que diez meses más tarde, al caer marzo, con el brote de las primeras flores, el desdichado hombre caía en llanto, una fuerza desmesurada se apoderaba de él y nada de lo que había a su paso se salvaba de ser reducido a trizas. Incluso un día tomo un carro, sin motor y neumáticos, y lo arrastro hasta estrellarlo contra la iglesia del pueblo.

Nuestro protagonista murió recostado bajo un araguaney. Su cuerpo demoró en ser encontrado. Cientos de hojas amarillas lo cubrieron hasta darle sepultura.

CALLE BAUDILIO LARA O CALLE DE LA ERMITA. QUÍBOR, VENEZUELA.

FIN

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