-¡Vamos a jugar a la calle…!

Era difícil resistirse a ese llamado.

Le pasaba al chico cuando los amigos le gritaban:

-Ven  a la calle, vamos……

El  chico los oyó, apuró la merienda que estaba tomando en el patio de su casa, soltó la revista, apagó la radio y corrió  hacia la puerta de calle con su perro detrás,  ladrando.

Desde el patio, a través del vestíbulo y el zaguán,  se veía la calle, la puerta estaba siempre abierta.  Sus amigos lo estaban esperando, se abrazaron y lo arrastraron hacia un árbol. 

¿Qué hacemos…?

¿Dónde vamos…?

Estaban excitados,  es lo que tenía la calle a esa hora: los hacía sentir libres y contentos

Miraron hacia un lado y la perspectiva infinita los intimidó, era lo desconocido, no les atrajo.

Un partido de pelota siempre terminaba a golpes, tampoco les gustó….

Hacia el otro lado, a unas manzanas, estaba “el campito”, los terrenos ferroviarios. Eso les gustó.

-Vamos al campito – gritaron y se fueron  por la calle arbolada  con el perro siguiéndolos.

Atravesaron la primera calle, por donde pasaba el tranvía, al que  se podían subir trepados en la escalerilla, viajar unos metros y bajarse en movimiento, era peligroso.

Pasaron por donde estaban sus rivales: se gritaron y lanzaron piedras.

Entraron a  un kiosco, compraron golosinas, revistas y siguieron por esa calle.

En el camino encontraron un camión abandonado frente al taller, se subieron, saltaron sobre el techo hundido, simularon conducirlo, se bajaron y corrieron hasta la esquina

Allí estaba el paredón, donde terminaba la calle.  Por un hueco pasaron y se encontraron en el campito, un baldío  sin límites bajo el cielo.

Pasaron entre montañas de tierra, se atrincheraron detrás de pilas de traviesas abandonadas y  tiraron cascotes de tierra a los perros vagabundos.

En un claro se echaron sobre la hierba y se quedaron mirando pasar  las nubes, sintiendo el sol en el rostro.

Uno de ellos descubrió los vagones abandonados y gritó:

-Vamos al asalto del tren….

Y se subieron a la plataforma de un vagón, desde allí se podía ver pasar otros trenes.

Comieron las golosinas, leyeron las revistas, entraron dentro del vagón, saltaron sobre los asientos, desde las ventanillas disparaban a unos imaginarios salvajes.

Se levantó viento, se nubló,  fueron hasta unos árboles y encendieron una hoguera, se sentaron  alrededor del fuego. Cuando empezó a llover, apagaron el fuego orinando sobre él y  corrieron hacia la salida.

El chico tropezó, se lastimó una rodilla. A la salida los amigos le lavaron la herida..

Volvieron por la calle pisando el agua que fluía junto a la acera.

Golpearon el camión con un palo.

Por una ventana abierta gritaron:

– ¡Eh!,  señora, la gata llora…

Anochecía, llegaron a la manzana en donde vivían, se despidieron. Cuando el chico entró a su casa, vio al final del patio la cocina iluminada.

El perro lo recibió ladrando, su madre lo esperaba con la cena que a él tanto le gustaba.

FIN

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CALLE FRAGATA PRESIDENTE SARMIENTO

BUENOS AIRES       REPÚBLICA ARGENTINA

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