La llamábamos Morgan, aunque aquel no era su verdadero nombre. En ese barrio tan pequeño, todos la conocíamos. Sabíamos los nombres de todos, reconocíamos las virtudes de algunos, e intuíamos los vicios de muchos. 

Morgan iba a clases de ballet, y después de ensayar llegaba a casa dispuesta a ducharse. Se desvestía y vestía en su habitación, que coincidía frente a la mía, ambas ventanas mirándose desde edificios opuestos; razón por la cual aprendí el horario de aquella disciplina sin ni siquiera importarme la danza.

Pronto se lo dije a Julio, mi vecino. Tenía catorce años como yo. Habíamos ido juntos al colegio desde siempre, merendábamos en la misma casa y hasta cagábamos en el mismo baño. Entre nosotros existía la suficiente confianza y lealtad como para compartir ese hecho y no disfrutarlo yo solo, habría sido muy egoísta.

Desde la habitación de sus padres se asomaba para verla, pero no lo tenía fácil, así que le avisaba del momento exacto.  Iba al salón y marcaba su número desde el teléfono de casa.

Alguna excusa sobre estudiar y un libro de mates flotaban por su casa antes de invadir la mía. Dos minutos después, los dos esperábamos a Morgan. Comenzaba el espectáculo.

En aquellos tiempos, en los que no había internet, teníamos que recurrir a ese tipo de cosas para poder ver un par de tetas. Las revistas de mi hermano no estaban mal, pero no era lo mismo, Morgan se movía. Desde entonces, empezamos a estudiar juntos todos los martes.

Recuerdo vagamente aquella conversación sobre ella en los baños del colegio, que dio como resultado la fundación de un nuevo club de estudio en mi habitación. Víctor y Toño se unieron a aquellas tardes de matemáticas intensas. Aunque entre nosotros nunca lo hablamos, notábamos como Toño fingía tocarse o callaba ante nuestros comentarios; sabíamos perfectamente que esas eran las únicas tetas que había visto en toda su vida, y las únicas que iba a ver. Probablemente, mientras se tocaba, buscaba de manera impaciente en alguna otra ventana a cualquier persona con algo entre las piernas.

Sin saber cómo nos dimos cuenta que ella nos percibía, no sabría decir por qué pero de alguna forma lo hacía, y era más que evidente que nos dedicaba su espectáculo, a sus fans, a sus fieles admiradores. A cambio le regalábamos un poco de nosotros, aunque este poco ni siquiera llegara a traspasar la ventana, quedándose a veces pegado en nuestros pantalones. Una sensación de pérdida de conciencia y sutil desvanecimiento se apoderaba de mí después de aquello, convirtiendo a Morgan en algo espiritual, en mi pequeña muerte.

Ahora, veinte años después, en este mundo de pornografía injustificada, puede que aquello no nos hubiera hecho falta. Pero he vuelto por el barrio a ver mi madre y en un par de ocasiones me crucé con Morgan (quizá visitando a la suya), y la forma en que mi cuerpo reacciona acordándose de ella, no tiene precio.  Aquí todo sigue igual.Calle_fuente_de_lima._Madrid3.jpg

C/Fuente de lima. Madrid.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus