Si nos pusiéramos a darle calificativos a las calles, nos daríamos cuenta de que se pueden clasificar de acuerdo a su historia, aspecto y los sucesos de los que son testigos, estas construcciones arquitectónicas con sus plazas, museos, condominios y tiendas que conforman nuestras ciudades. Hay una calle en el centro de la Ciudad de México, que se llama Rosario. Allí se encuentra un mercado muy próspero en el que se almacenan las verduras y las frutas. Parece que su adjetivo más adecuado sería el de comercial, sin embargo, este término es ambiguo porque las transacciones que se ha desarrollado en esa zona no son sólo de mercancías de consumo de primera necesidad, allí también se vende el cuerpo humano, se oferta el placer, por lo que el apelativo inicial implica las siguientes cualidades: lujuriosa, mentirosa, contagiosa, pervertida, humillante, desdichada e infeliz, entre otras. Parece que este sitio es el tubo del embudo por donde se decanta toda la escoria humana de un país que vive en crisis.

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(Autora anónima)

No quiero pensar que el capitalismo fallido de la economía global al que estamos sujetos por los dueños del  capital, es la causa de esta degradación, más bien pienso que las personas, al no poder gozar de educación y no tener la posibilidad de trabajar, se deciden a realizar un trueque que consiste en entregar su cuerpo como objeto sexual a cambio de la supervivencia, con dicho pacto se vuelven más salvajes e instintivos y pierden la capacidad de razonar y discernir lo que es moral y ético, pasan a un inframundo donde lo sucio e injusto es lo normal.

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En esta calle se puede ver que nuestra naturaleza tiene un lado oscuro, una arista bestial en la que no importa si te drogas, te enfermas o le produces un daño irremediable a alguien, aquí se acaba la humanidad y desaparece el bonito color rosa de las casas de Beverly Hills, se esfuma lo atractivo de Wall Stret y la gran Estatua de la libertad, incluso los avances de la ciencia y todos esos millones de dólares que se invierten para curarle el sida o el cáncer al hombre, son abstracciones de otro mundo; de otra civilización, la cual  no sabe ni siquiera que hay un plano de realidad subjetiva de otras dimensiones.

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Aquí queda sólo una pestilencia de sabor acre emanada de los cuerpos sucios, corrompidos y putrefactos de la maldad germinada por la pobreza. Se viven a diario cientos de tragedias y dolor, pero para nosotras ya no representa nada y la pregunta que más hostiga a quien nos mira es la de saber si no es una aberración seguirnos hundiéndo en la degradación, cuando la mejor decisión sería morir. No le corresponde al ser inteligente y culto ocuparse de esas nimiedades, pues bien dicen lo hombres poderosos que para que haya un rico, deben nacer cien pobres, y me pregunto, ¿cuántos pobres se necesitan para que haya un millonario o un multimillonario?

Fin.

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