El frío invierno ha entelado las ventanas, y yo, acomodado en mi cálida habitación, me hallo escribiendo un nuevo relato fruto de mi inquieta imaginación. Pero mis amigos, que desconocen mi escritura en noches de bohemia, llaman a mi celular y me preguntan el motivo de mi soledad, mi respuesta, limitarme a sonreír y un silencio sepulcral, pues gozo de la incertidumbre cual lector ansioso por voltear la hoja de un libro.
Al desviar la vista cansada del papel, acomodo la pluma en el tintero y reparo en el tic-tac del reloj de pared que cuelga en mis narices. Es hora de dormir, pero no me agrada la idea de someterme al peso de las sábanas y su poder adormecedor, prefiero trasnochar y aprovechar de cuanto tiempo disponga para completar el día con una fresca taza de leche entre mis manos y su textura rozando mis labios resecos. Decido aventurarme a la cocina, abro la nevera, cojo el cartón de leche y la deposito en el interior de una taza saboreando su frescura incluso antes de palparla. Bebo reflexivo, pero como relámpago en la noche, mi corazón comienza a latir acorralado, algo perturba mi mente, no entiendo el que, pienso, puede ser mi relato por finalizar, pero no, sé que no, sé que hay algo ahí, en mi corazón. Necesito salir, saborear el aire del exterior y calmar el dolor, pues me ahogo en mi confusión.
No hay nadie en casa, pues mi hermano, un gladiador cuyo enemigo es la enfermedad, se halla batiendo a la bestia como David a Goliat, y mis padres, a su costado permanecen. Por ello, la soledad me advierte que debo salir y visitar a mi vecino. Cojo las llaves colgadas en el saliente de una chincheta en mi tapiz de corcho, una carpeta y un lápiz, seguidamente, salgo por la puerta.
Me dirijo al parque ubicado frente el portal de mi hogar, y en él, me encamino a ver al maestro de la naturaleza, un esbelto árbol iluminado por el umbral de la noche, y yo, me siento en uno de los bancos de piedra a su pies, mi refugio, hogar donde mis pensamientos fluyen y surcan el vaivén de la historia de mi vida para pensar en calma y meditar, para ello, abro la libreta que porto y extiendo el lápiz en mi mano.
La vida, la muerte, eternos conceptos con los cuales mi familia convive. Cada uno ha buscado su medio de escape, el mío, la escritura que únicamente comparto con aquellos que sé, pueden comprender mi sentimentalismo. Ahora, frente el árbol, desnudo los secretos de mi corazón y los expongo en el papel para conciliar la paz de tales conceptos, y así, poder dormir entre esas sábanas que me aten hacia el mañana.
FIN
Figueres
C/ Rec Arnau Nº7 – Parc de les Aigües
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