Estrellitas plateadas

Estrellitas plateadas

Luis, el mancebo de la farmacia, le había explicado que el barrio de Chamberí se alzaba en las antiguas posesiones de la Orden del Temple y que García de Paredes, el Sansón de Extremadura, le daba nombre a la calle. Luis era buena gente pero un poco pedante y Purificación Paniagua se contentaba con haber memorizado la dirección de sus señores.

Puri no quiso casarse con Gregorio, su novio, y salió del pueblo para  servir en la capital. Quizás lo recordaba mientras dibujaba un perfecto lunar en su mejilla izquierda después de haber cepillado, una y otra vez, su larga, negra y rizada melena

Hoy tampoco iría a misa, aunque la iglesia de la Milagrosa estuviera  nada más cruzar la calle. “De inspiración mudéjar y construida a principios del Siglo XX”, le había dicho la señora, que era muy devota de la Virgen. No, no pensaba ir a misa porque preparaba su particular asalto a la vida en Madrid y lo de rezar no entraba en sus planes.

Por las mañanas iba al mercado de Chamberí pero, por las tardes, recogía la cocina, se perfumaba con pachuli ante el espejo y sonreía. Nada más llegar, se hizo un vestido azul noche con muchas estrellitas plateadas. Lo había ajustado a su talle y cortado un amplio escote. La falda, con muchos vuelos, revoloteaba al ritmo de sus caderas. Por último se calzaba los zapatos de tacón, después de pintar los labios con un rojo intenso, y cerraba tras de sí la puerta dispuesta a destrozar a dentelladas su destino de criada.

La calle le ofrecía todo lo necesario. Desde el portal se dirigía, en sentido contrario al mercado, hacia el Paseo de La Castellana. Puri era mucha Puri para pasar inadvertida con su olor, su escote y su taconeo. Enseguida estaba frente a los Estudios Ballesteros: los primeros estudios cinematográficos de Madrid habían sido trasladados a la calle García de Paredes en 1935, y allí se rodaban la mayoría de películas españolas. Puri había llegado a su primer objetivo: frente a él, subía y bajaba la cuesta esperando que alguien del mundo del cine la viera: arriba y abajo, la barbilla en alto y el gesto altanero, arriba y abajo. El Madrid de barrio de los años cincuenta la veía pasar entre divertido y escandalizado. Ella caminaba, indiferente, como las mulas en las norias del pueblo, pero taconeando. Más tarde, repetía el paseo ante el hotel Castellana Hilton, recién inaugurado y donde se decía que Ava Gardner se acostaba con el torero. Los zapatos le apretaban mientras soñaba encontrarse con los artistas que allí se hospedaban… Quizás Tony Curtis, o Luis Mariano, quién sabe.

Durante un año, Puri recorrió la calle desde el mercado hasta el hotel. Todas las noches regresaba a casa agotada, hasta que un día volvió al pueblo, se casó con Gregorio, y guardó su vestido de estrellas en un viejo baúl antes de emigrar a Alemania, sometida y derrotada.

   FIN

CALLE GARCÍA DE PAREDES. MADRID

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