4ºB

¡Qué casualidad pensé,  un martes 13! 

Los vecinos se preocupaban mucho de  lo que sucedía en el apartamento 4ºB de la Ronda Escalante nº. 18 donde residían unas cuarenta y cinco personas. La vivienda se alquiló en otoño y  la ocupaba  una mujer, ni vieja ni joven: nadie sabía adjudicarle una edad exacta. Pero estaba Julio, el vecino del 3ºA, hombre alto y arrogante,  un dandi engreído, viviendo  su vida con mucha frivolidad,  cuchicheaban algunos ocupantes. Un varón que  anhelaba deslumbrar y seducir al mundo.   A Julio,  la mujer del 4ºB le parecía joven: -no más de treinta-  decía cuando  intervenía  en las conversaciones de escalera,  esas que cuando llega alguien que no es del agrado el grupo, enmudecen  y solo  se cruzan unas miradas entendidas, cómplices.

 La mujer del 4ºB era alta, con  cuerpo fibroso y  ojos almendrados, penetrantes.  Era bien parecida y elegante. Una melena rojiza  encuadraba un rostro afilado.  Julio la tenía entre “ceja y ceja”, le gustaba y mucho. Cuando podía no dejaba de demostrárselo, a ella y a los vecinos: -¡Es tan encantadora!- -¡Sus ojos, mira sus ojos Julio. Que color amarillo,  que mirada fija, que  destellos escalofriantes! Si  te observan,  esos ojos  te traspasan hasta llegar al fondo de tu alma como para calibrar  un objetivo tenebroso.  Y en ese piso  los ruidos  no son normales, allí ocurrían “cosas raras”.- Julio  cortaba de inmediato la conversación alejándose de ellos pensando solamente en cautivar a Cecilía.

El martes 13 de Enero cuando se levantó,  Julio estaba resuelto a  agasajar  a Cecilia, ella. Tardo más que de costumbre en acicalarse.  Miro la hora: las once: ella  estaría abriendo  la puerta del ascensor. No tuvo mucho que esperar en el portal.  Al instante la vio. Se saludaron. Le sonrió, le hablo con su voz rota, grave.  Lo  acabo de encandilar. Ella lo invitó  a cenar ese mismo día a las veintidós horas.  –Te espero, sé  puntual. –

Esa noche, como muchas noches,  los vecinos  volvieron a salir  a sus rellanos,  hablando muy bajo. La música que salía del apartamento estaba cortada por aullidos rabiosos.  Al cabo de un rato muy largo apareció la policía. Alguien por fin les había avisado.

En una pared,  un cuadro inmenso y turbador con una loba recostada protegiendo a sus retoños recién nacidos y, exactamente debajo de la extraña pintura, yacía  Julio desnudo en el suelo desangrándose,  la mirada lejana y complacida.

 Me lo contó  un anciano,  un rostro  sin edad, extrañamente refinado en su manera de  vestir.  Cuando quise hablar de nuevo  con él, había muerto.

  FIN

 

RONDA ESCALANTE. BURRIANA (CASTELLÓN)

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