Un bonito atardecer había ido apareciendo a cámara lenta en la ventana. Tocaba ir a comprar algo de comida sana, ya estaba harto de aquellos malditos sobres de proteína y de latas de comida procesada. Al salir del domo la potente luz le hirió los ojos. La temperatura no era muy alta, pero el contraste entre la penumbra interior con la claridad del exterior era casi insoportable.
Puso una de sus manos a modo de visera, quería ver si Fabienne estaba sentada a la sombra de la enorme piedra, al pie de la pirámide.
Y allí estaba, con el sombrero de explorador que siempre utilizaba. Antes de acercarse a la zona de abastecimiento iría a cruzar unas palabras con ella, como casi todos los días. Aquellos minutos de charla tranquila eran como un bálsamo. A veces pensaba, en la soledad de su cubículo, que sin esa media hora de deliciosa futilidad no hubiese podido aguantar los cinco largos meses de trabajo en ese remoto lugar.
—Hola vieja. ¿Cómo va todo?
—Estaba esperándote. Supongo que irás a la zona verde a por comida…
—Si, el transporte saldrá dentro de un rato. ¿Necesitas algo?
—Siempre. ¿Te acordarás de traerme una ampolla de Kassell?
—No entiendo cómo puedes beberte esa porquería.
—Tráemela. Ayer se me terminó.
—Esta noche la tendrás.
Pasados unos minutos de silencio, observando tranquilamente aquellas enormes y preciosas nubes de tono rosado, atravesadas por un sin fin de estrías anaranjadas, Fabienne apartó la vista de la lejanía y comenzó a hablar. Siempre hacía lo mismo. Su mente parecía estar a millones de kilómetros hasta que, sin previo aviso, aterrizaba y comenzaba a describir lo que parecía una pequeña parte de todo lo que había visto.
—Sólo conservo en mi memoria algunos fragmentos de aquel viaje… Ni siquiera sé cuál era el destino. Yo no tendría más de cinco o seis años, iba adormilada en la parte de atrás. Me encantaba el murmullo del vehículo impulsándose, el suave vaivén y la brisa entrando por la ventanilla…
—Eso pasó cuando aún estabas en Europa, ¿verdad?
—Cierto. Europa… Era tarde, muy tarde. Se podían ver infinidad de estrellas, todas iguales en la distancia. Recuerdo que mis padres comentaban algo entre ellos, relacionado seguramente con la necesidad de parar a repostar combustible, porque lo siguiente que se me viene a la cabeza soy yo misma saliendo de la zona de servicio. Y allí fue cuando lo vi. Estaba en una estantería, dentro de una gran vitrina, junto a un buen montón de objetos, juguetes y recuerdos. Era la figura de un vaquero con el mentón cuadrado y tejanos azules. Parecía estar esperando, tenía las manos apoyadas en la cadera y cargaba el peso de su cuerpo sobre una de sus piernas. Es lo único que recuerdo de su aspecto. En la peana que lo sostenía había una especie de bisagra, con un tirador diminuto. Era un compartimento, y mi curiosidad por saber que se escondía en su interior era irresistible. Volvía a estar en movimiento, pero esta vez ya no observaba las estrellas. Aquel vaquero de juguete estaba fumando. Antes de ponernos nuevamente en marcha mi padre había estado fabricando un pequeño cigarrillo. Dentro de la peana había minúsculos trozos de papel de fumar y un poco de tabaco picado. No podía apartar la vista del juguete, expulsando rítmicamente volutas de humo azulado. No sabría cómo explicarlo… era… relajante.
—Fabienne, últimamente sólo me hablas de esa época. Supongo que tienes ganas de regresar a casa.
—Si. Estoy cansada.
—Sabes que debemos hacer una última parada antes…
—Algo he escuchado. ¿Qué novedades hay?
—Si todo va bien aquí, podremos conocer su localización con la precisión suficiente. De momento puedo decirte que está mucho más cerca de tu hogar de lo que habíamos pensado en un principio. Realmente cerca.
—¿Cuánto tiempo queda hasta que sepamos exactamente dónde está?
—Unas dos semanas. En cualquier caso, no más de un mes.
—¿Habéis encontrado las coordenadas en el holocassete?
—No, no son coordenadas. Es una especie de mapa que nos permitirá llegar allí. Y por eso estás con nosotros, para ayudarnos a interpretar su contenido.
—No sé si podré hacerlo. Ha pasado demasiado tiempo desde que ellos grabaron esa información.
—Es la recta final, Fabienne. Eres nuestra única opción, y no estarás sola en este viaje. ¿No te parece maravilloso regresar al origen?
—Claro que sí. Pero siento vértigo. Ellos también estuvieron aquí, estas ruinas son la prueba de ello. Y dejaron ese registro dentro de la pirámide para que pudiésemos encontrar el camino. ¿Cuánto tiempo llevará ese mapa esperándonos?
—Es imposible saberlo con certeza. Han sido generaciones enteras las que se han dedicado a buscar sin descanso este rincón, ahora tenemos la oportunidad de cerrar el círculo y regresar al lugar donde todo comenzó. Eres la última de esa especie primigenia, sin ti nada de esto tendría sentido. Una vez localicemos el punto exacto podrás regresar a tu luna. No estás sola Fabienne, déjame ser tu vaquero en este viaje…
—No creo que existan tejanos con seis piernas, ni sombreros de ese tamaño…
—Seguro que eso puede arreglarse. Si algo hemos aprendido de vosotros es que no hay límites ni fronteras. Habéis estado viajando durante incontables eones, superando todos los inconvenientes. Para nosotros será todo un privilegio poder estar a tu lado en esta última etapa. Ahora será mejor que regreses, el marcador de tu traje indica que apenas te quedan diez minutos de gas.
Un grave zumbido inundó toda la zona. Grandes columnas de arena rojiza se levantaron en la plataforma de aterrizaje situada a varios cientos de metros, causadas por los incisivos y potentes elevadores magnéticos del carguero. Antes de ponerse en camino hacia su módulo, Fabienne observó de nuevo el horizonte. Había visto muchos, pero posiblemente ese fuese el más bonito de todos.
—Necesito ese trago. No te olvides.
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