—Voy a contarle una anécdota, amigo. Es sobre Judith, ¿sabe? Me pasó de recién llegado…

»Yo estaba sentado aquí, como ahora, en la terraza del “Sargantana” tomándome un café, cuando la vi salir de allí enfrente; Iba agarrada al arnés de un perro labrador color canela. El hecho de que apareciera por el número veinte y no por otro, atrajo mi curiosidad; imaginé que vivíamos en la misma escalera.

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»A pesar de la distancia y de los coches aparcados que nos separaban, pensé que era una belleza. Aquel día, iba un poco apurada, ¿sabe?, porque el animal tenía urgencias contenidas.

»A bote pronto, le eché unos treinta años. Aún me acuerdo que llevaba un vestidito rayado con una rebeca blanca. Por las gafas negras y el arnés del perro, enseguida me hice con la situación. El camarero me lo confirmó:

»—Sí— me dijo—, es la ciega del octavo.

»—¿De qué escalera?

»—Ni idea, yo solo sé que vive con su madre.

»El comentario, como comprenderá, me arrancó una sonrisa; era puro cotilleo de barrio.

»Mientras hablábamos, yo seguía a la chica con la mirada, así que la vi cruzar la calle hacia la panadería de Tina y luego, desaparecer a la vuelta de la esquina.

»Me había mudado a “Isla Tabarca” dos meses atrás; aún no conocía a nadie. Por eso, de pronto, se me ocurrió la idea de que ella podía ser mi primer contacto y me dije: sé lo suficiente para entablar una conversación: es guapa, ciega y vive en un octavo con su madre, mi pinta no influye para nada. Realmente, no necesitaba más. Sin pensármelo dos veces, pagué y me apresuré a seguirla.

»Aunque caminaba rápido no me llevaba mucha ventaja. La adelanté por la acera de la iglesia y la esperé tranquilo junto al instituto. Cerca del arbolado, el perro la obligó a acelerar el paso.

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»Venía de frente, de modo que, sin las barreras de la prudencia la estudié de los pies a la cabeza. No me había equivocado. Tenía un tipo magnífico; piernas perfectas, rostro con personalidad y una delantera…; vamos, como a mí me gustan las mujeres. Además, se le notaba mucha clase.

»Tan absorto estaba mirándola que tuve que hacerme a un lado para que no me atropellase.

»Cuando los vi entrar en el montecito, me impresionó el perro. Era un fenómeno. Caracoleaba con destreza para que su dueña no pisase la porquería desparramada…

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»Durante algunos minutos me mantuve a distancia; esperaba el momento para abordarla, pero, de repente, ella se giró y vino directamente hacia mí. ¿Y sabe qué dijo?

—No, ¿Qué dijo?

—Dijo:

»—¡Oye, ¿quieres algo?!

»Y yo: ¡Nooo!, te vi llegar y pensé que podía ayudarte.

»Y ella: —¿Por eso me sigues?

«Y yo: ¡No, qué va!, llevo aquí un buen rato.

»Y ella: — Ah, ¡bueno!, entonces, la ciega debo ser yo y no la perra…

—Jajaja, qué bueno, y ¿qué paso, después?

—  ¿Después?, nada…, que nos  casamos y eso…

—.—

ECUADOR – ALICANTE – ESPAÑA

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