En este rincón oscuro, cercado, inanimado
alumbrado en perpetuidad con luz artificial
como las historias que paro en blancas cuartillas
faltas de alma y desechadas al cesto por vanidosas.
Aquí el tiempo no existe, como tampoco la virtud.
Aquí sólo manda la ilusión y una fuerza tenaz
de acopiar sentimientos entre palabras,
fuerza, vana quizá, pero fuerza.
Escribo en una acomodada mesa
frente al tragaluz del patio interior
obra del maestro de obras
con cierta sensibilidad a la acústica
que mejora por la noche
subiendo el olor de comida
oyendo el tintineo de cubiertos y loza
y hasta sorber a los comensales la sopa.
Es un patio que inspira a la creatividad
sirviendo de inicio para algún relato
un poema o alguna pincelada vaga entre líneas.
Es el mundo mundano
donde hay que escuchar a tientas
cada ruido para darle vida
para que brote el arte de la literatura
y tenga nombre y personalidad a cada personaje.
Luego vuelvo a este rincón angosto
a este ser mortal, heroico, anodino,
y no creo lo escrito, lo dictado, lo resuelto
y resuelvo reprimirlo, vetarlo, deshacerlo
en el bien dispuesto cesto del olvido
en donde cabrán diez o veinte poesías,
las demás se desparraman por el suelo
esperando que alguien les de vuelo.
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