DE COELO

De mucho mirar al mar, lo confundió con el cielo. De tanto admirar el cielo, tomaron sus ojos su color. Se crearon.

Del rumor tectónico de la Esfera Tierra, del susurro del viento sobre las aguas, del crepitar de las hojas creciendo, nació su voz.

Del rugido profundo de los océanos, que evocan leones y profetas, su palabra.

Tomó de la piedra calcárea su esqueleto, del barro de los páramos y las ciénagas, su piel y del fluir de la savia indomable, hizo su sangre y el latir de su corazón también.

Quiso ser mar y cielo y no pudo, pero, así nació su voluntad y el querer.

Fue su pecho la morada de la ira y la ternura. En su abdomen anidaba el hambre y el deseo y su pensamiento cavilaba este breve cuento sietemesino.

Pertrechada de corazón, vientre e inteligencia, se puso en pie atraída por la caricia de las olas sobre la orilla.

Penetrando en el mar de los mares, caminó aún un poco más y su alma se disolvió confundiéndose con el agua y la sal. Y se hizo una e indivisible, irrepetible.

Dijo entonces: “sea yo” y, con un empujón más, entre gritos de dolor y alegría de su mamá, vio la luz Raquel.

Raquel más tarde, inspirada por estos recuerdos, se hizo obstetra.

A menudo, por la mañana…duele la gélida ausencia de los padres.

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                                                                                                      FIN

Juan Luís Escrivá Aznar

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