Pinomontano, calle Almadraberos nº10, 1º B. Sevilla. El año, 1980; el día, un 28 de Febrero, día de Andalucía. Aquel era el primer piso que tenían mis padres y también fue la primera dirección que me aprendí de memoria. Se casaron pobres, sin nada, como se casaba la gente antes, lo suficiente para comenzar una familia; por aquel entonces no necesitaban a penas muebles, ni tener un buen coche, ni tiempo para convivir. En sólo un año se conocieron y se casaron, ¿para qué esperar?

– Tú me quieres a mí y yo te quiero a tí, ¿No? – Así fue como mi padre se declaró a mi madre. Ella, incapaz de rebatir aaquella lógica aplastante, se encontró en sólo un par de meses vestida de blanco, con toda la ilusión que te dan los 20 años. Al año nacería yo y pasarían dos años más antes de que pudieran ahorrar para la entrada del piso de sus sueños: 50 metros cuadrados en un barrio obrero que costaban la friolera de 1 millón de pesetas y en el que mi hermano y yo creceríamos.

El 28 de febrero de 1982, mi padre y mi madre, embarazadísima por aquel entonces de mi hermano, aparcaron su Renault 12 de segunda mano en la calle de al lado.  El edificio estaba en mitad de una plaza de asfalto rodeada por jardines, en la que aprenderíamos a montar en bici, a jugar a las chapas, las canicas, el trompo, las estampas y muchas otras cosas que se ponían de moda, siguiendo un extraño orden cíclico; una calle que albergaría nuestros primeros partidos: de béisbol, de fútbol, de comandos… una plaza donde nos enamoraríamos por primera vez y donde por primera vez nos romperían el corazón.  

A pesar de que llevaban todo lo que poseían, no tardaron más de una hora en terminar la mudanza, mi padre siempre lo cuenta usando las mismas palabras.

… al fin y al cabo no teníamos más que unas mantas, algo de ropa, un pequeño juego de hollas, vasos, platos y un colchón de matrimonio sin somier donde dormíamos los 3. ¿Qué más necesitábamos? La ropa al armario, el colchón sobre el suelo del dormitorio y lo demás a la cocina.

Cuando limpiaron el suelo y abrieron las ventanas para que se marchase el olor a cerrado, se miraron, miraron a su alrededor y fue cuando se dieron cuenta de lo mucho que les quedaba para llenar aquel nuevo hogar, no sólo de cosas, sino de experiencias.

Queríamos celebrarlo – dice siempre-, pero no teníamos nada, así que bajé a la tienda de enfrente y compré una litrona bien fría. Cuando llegué, tu madre había sacado no sé de donde la bandera de Andalucía y la había colgado sobre la barandilla del balcón.

Una litrona, un colchón y una bandera de andalucía que aún hoy seguimos colgando cada 28 de Febrero. Nada más; pero estaban juntos, estabamos juntos; y pronto seríamos cuatro.

FIN

CALLE ALMADRABEROS, SEVILLA

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