Era joven, tenia entre los 15 años, mis padres estaban divorciándose, así que mis hermanos y yo estábamos divididos. Mi hermana mayor vivía con su esposo, ambos jóvenes de 17 años. 

Cualquiera pensó que estaba embarazada, pero la situación fue mas que nada, un arranque de ira de mi padre.

Un día mi hermana no llego a casa, mi padre enfurecido, espero en el sillón y con una firme convicción, decidió organizar la boda, tomo el teléfono y contactó con la familia, después mando a llamar a los papas de su futuro yerno y la boda se concreto.

Como el hogar en que vivíamos se derrumbaba, fue una excelente alternativa para huir valía la pena el riesgo.

Sin embargo; para mi hermano menor y para mi, las situación era mas complicada. 

Yo vivía con mi padre, mientras que mi hermano pequeño, vivía con mi madre. 

Separados crecíamos entre acosos, maldiciones, un brazo roto de mi padre al golpear a mi madre, un intento de atropello a la nueva pareja de mi madre y un sin fin de ataques verbales por defender a quien dio la vida por vernos nacer.

Sin ninguna alternativa nos convertimos en cómplices, soportando sus actos de guerra que nos destruían internamente. 

Común escuchar a mi padre restregarme en la cara que era un holgazán, por lo que creí era bueno darle la razón y darle un poco de eso que tanto anhelaba. Deje del lado mis estudios para escapar de la preparatoria y hacerme la pinta.

Mi padre taxista de profesión por ende me originaba temor observar un auto verde acercándose, lo imaginaba a él con el ceño fruncido, capaz de dejarme en ridículo delante de cualquiera, sin embargo; jamas me descubrió.

Pese el temor que me invadía no fue suficiente para detenerme y continué.

Anhelaba tanto desahogar toda esa ira que cargaba en mi interior, y no encontraba la forma. Era horrible llegar a casa para soportar los gritos de mi padre maldiciendo a mi madre por su terrible traición, cosa que generalmente terminaba en pleito. Transcurría el tiempo y la llaga en el pecho cada día era mayor, un coraje penetrante que hacia sentirse en todo mi cuerpo como una enorme ola de calor que me incendiaba. 

Para no volverme loco, me busque un confidente: Fredy mi amigo, desarrollo ese papel.

Ambos nos juntábamos a platicar nuestros infortunios. 

Nuestras compañeras, las bebidas alcohólicas y cigarrillos, aunque reconozco que después no fueron suficientes y probamos sustancias que nos ayudaran a olvidar nuestra amarga situación. 

Recuerdo como la risa nos penetraba imparable, las carcajadas que se apropiaban de nosotros sin control, los ojos colorados con ojeras de locos y todo eso hacía pasajera la tristeza y nos convertíamos en los jóvenes mas felices aunque fuera por un instante de tiempo. 

Jamas imagine que ese instante se convertiría en solo un triste recuerdo originado por los estragos de la tormenta que marco nuestras vidas, reuniones que quedaron escritas en la calle ROBERTO KOCH, N.L. MEXICO

Fin

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