Esta historia solo dura cinco minutos. Es simple, desde afuera puede parecer incluso nimia, sin ningún interés. Una persona que espera, en eso se resume la historia, cinco minutos que a Cristina le parecieron horas.

“No va a venir” empieza a pensar. Tenía miedo, ¿había hablado realmente con Clara? No lo sabía, en ese momento ya no podía estar segura de nada. No había oído su voz, simplemente le llegó un mensaje esa misma tarde. A las cinco menos cuarto le sonó el teléfono, aunque no le prestó atención. No fue hasta las seis cuando miró la pantalla y se encontró con el texto que le había mandado: “Ya estoy aquí. Nos vemos esta noche en el muro”. Esta noche era siempre la misma hora, las nueve y cuarto, cuando Cristina salía de una pequeña tienda de ultramarinos en la que trabajaba por las tardes. “Allí estaré”, le contestó.

Cristina llevaba solo unos segundos sentada en el muro. Había algo que la enfadaba y no era la espera, no podía estar todavía cansada de estar allí, no podía decirse que Clara estaba tardando, no eran las nueve y cuarto todavía. Lo que a Cristina le enfadaba era que, después de cuatro años de ausencia, Clara fuera capaz de volver y contar con ella donde siempre, a la hora de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado.

Clara se montó en el avión un día nublado de invierno, muy parecido a aquel jueves en el que volvía a aparecer “como si nada” (seguía absorta, pensando), recordaba que la llevó al aeropuerto, que se tomaron un café caliente y caro antes de despedirse; la última charla, los últimos deseos en palabras. Cristina le dejó un abrazo dado para mucho tiempo, por si acaso. Había encontrado trabajo en el departamento de limpieza de un hotel en el extranjero. Las dos se reían pensando en lo perdida que se encontraría allí sola, sin conocer a nadie ni hablar el idioma. Le emocionaba la idea de irse, a Clara también le gustaba que la que se iba no fuera ella.

“Mi vida es otra, no lo entiende, y ¿por qué no viene?”. Su vida no había cambiado mucho desde entonces, desde que Clara se fuera volando. “Ella ya no vive aquí, no puede quedar conmigo de esta manera, ¿y si yo ya no viviera en este pueblo? ¿Y si hubiera quedado con alguien precisamente hoy? ¿Y si hubiera tenido que esperar un rato más a que llegara Manuela a cerrar la tienda? Y si yo no apareciera, ¿vendría ella entonces? ¿Y si no viene? ¿Quién se cree que es para tenerme aquí esperándola?”

Cristina seguía sentada en el muro de piedra, aparentemente tranquila, la mirada fija en la calle por la que solía aparecer Clara.

“¿Y si le ha pasado algo? Está tardando. ¿Se habrá encontrado con alguien? A lo mejor se encuentra mal y ha decidido quedarse en casa, ¿habrá llegado hoy? Y si llegó hace tiempo, ¿por qué no me ha avisado hasta precisamente hoy? Se cree que estoy aquí solo para esperarla, para recibirla, y yo tengo cosas que hacer.”

Cada noche, después de trabajar, se iba a casa, se daba una ducha y preparaba la cena. Ponía la tele, veía cualquier cosa, no había nada interesante, pero se distraía. Solía dormirse en el sofá. Cuando se despertaba de madrugada se metía en la cama fría y tardaba un rato en volver a dormirse. A veces oía desde la cama a los vecinos hablando, otras se dormía escuchando el viento azotando las persianas; pensando, muchas noches también se dormía pensando.

“Ya no quiero verla, no tiene sentido que aparezca así, ella ya no pertenece a este pueblo, ni a mi vida, está fuera de todo. Habrá vuelto y todo se le hará extraño, el pueblo ha cambiado, ya no es su pueblo, ahora es donde yo vivo, y ella ya no vive aquí.”

– ¡Mira, Cristina! – pasaron cerca de ella unas vecinas que volvían también a casa después de trabajar. – ¿Qué haces ahí sola en el muro? Esta zona es muy solitaria, sería mejor que te fueras a casa.

– Sí, ya me voy – contestó Cristina – estaba descansando un rato.

– Está bien, hasta mañana. – y subieron la calle por la que bajaba siempre Clara, pero no se encontraron con nadie.

“No viene, estúpida, cree que puede hacerme venir aquí para nada. Yo no estoy aquí para cuando ella decida volver, cuando esté aburrida, cuando no sepa que hacer. Ya no. Podría haberme avisado de que no iba a venir, en lugar de tenerme aquí esperándola.”

Cristina estaba sentada en aquel muro, el muro que había sido como su escondite, una casa de Clara y suya. Con un gorro y un abrigo en los que se guardaba el frío de su cuerpo, esperaba en el muro de hacía cuatro años, un muro que ya no existía.

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