Días de Navidad.

El belén en casa esta puesto antes de las navidades, desde los primeros días de diciembre Papá comienza; mueve muebles, cuadros, aparta la mesa grande y abre unas borriquetas de madera sobre  las que extiende un gran tablero, en el que extiende una vieja arpillera sobre ella coloca; musgo, corcho y piedras que dibujaran el relieve del paisaje, Papá nos va pidiendo libros, entre todos se los vamos pasando en cadena, uno encima de otro los libros se van apiñando y simulan una montaña donde se instala el castillo de Herodes y una pendiente por la que descienden sus majestades, la pared queda cubierta por una gran tela de forro azul que hace las veces de cielo cubierto de estrellas de papel plata. Como todos los años, los mayores abrimos las cajas de cartón que han bajado de la buhardilla y sacamos una por una las figuritas del belén envueltas desde el año anterior en viejos papeles de periódicos, intentando  descubrir antes de dársela a Papá que figura es; el buey y la mula son fáciles de  adivinar así como los reyes magos, las lavanderas, los pastores son más difíciles de acertar… Finalmente acudimos a la cocina a pedir a Mamá  todo el papel de plata que nos pueda proporcionar para hacer nuestro rio.

Con las navidades, ya se sabe; llegan las vacaciones escolares y tener ocho o nueve niños en casa, en el frio invierno y sin clases, es superior a  cualquier madre, por mucha paciencia que esta tenga, así que hoy Mamá armada de gran valor ha decidido salir con todos nosotros de paseo para que veamos los adornos navideños, los juguetes expuestos  en los escaparates  y los reyes magos que se colocan delante de unos grandes almacenes.

Hace mucho frio y es de noche, quiero decir que esta muy oscuro porque en invierno oscurece pronto y a mí eso me acobarda un poco.

Hay bombillas de todos los colores entre las ramas de los árboles, hace muy bonito y también las hay colgando  de un  lado a otro de las calles adornan e iluminan todo. La calle es un gentío, sobre toda la multitud sobresale Mamá; Está embarazada de cinco o seis meses, y empuja un cochecito con el más pequeño dentro, a los lados del cochecito nos repartimos el resto de hermanos, cuatro a cada lado, hablando, riendo, discutiendo, preguntando y mirándolo todo.

Vamos cobijados en gorros, bufandas y guantes de lana solo nos quedan libres los ojillos para poder ver todos los juguetes, los escaparates y adornos navideños, no hemos perdido detalle. Cansados de tanta novedad iniciamos la vuelta a casa, parloteando animadamente, hemos visto  a los Reyes Magos. Esos señores con mucha barba, que dan caramelos a cambio de un beso. A mí me dan miedo, así que me quedo sin caramelo. Situada detrás de Mamá les miro atentamente, desde lejos vigilo que no hagan nada malo a mis hermanos.

Me doy cuenta de que ella también está siempre alerta, en cualquier momento, alguno de nosotros  puede distraerse entre el maremágnum de gente y perderse, de vez en cuando se detiene para anudar dos bufandas a punto de soltarse, colocar algún gorro y llamarnos la atención.

-Niños, atended, que vamos a cruzar; Miguel, da la mano a tu hermana, los mayores ocupaos de los pequeños… Alguien se distrae con la castañera, otro protesta porque la mayor le lleva  sujeto muy fuerte de la mano y se le escurre el guante, uno llora porque está muy cansado y tiene frio en los pies y Mamá se desespera.

Estamos parados  delante de una pastelería. Mamá nos recomienda  que nos quedemos junto al cochecito y que nadie se aleje ni se mueva  hasta que ella salga, que seamos buenos; siempre lo somos, deja a los mayores de vigilancia y entra en la pastelería  a por unos dulces, por lo menos durante un rato iremos callados con la boca llena, siempre pensé que era un poco ingenua.

Sale de la pastelería con un gran paquete  en el que  hay un bollo para cada uno y todos son iguales, hacemos corro a su alrededor, con santa paciencia empieza a repartir dulces entre todos;

-Jo… yo no quería ese.

-A mí no me gusta.

-Yo me había pedido el de Miguel.

-El de Rosa es más grande  ¡Qué gracia!

-Que no veo, que no veo -protesta un pequeño.-

La cara de mi madre siempre alegre y dicharachera, indica ahora que no está para bromas, es uno de esos momentos en que todos sabemos que debemos prestar atención y hacer lo que ella nos indique, en  eso se nos acerca un señor muy serio, con cara de desconcierto y señalando con su dedo a todos en rededor  pregunta;

  •  ¿Son todos suyos, señora?

  •  ¡No, los he alquilado! 

El desconocido se queda parado, sonríe tímidamente y desapareciendo balbucea una disculpa que nadie escucha  y menos Mamá que empujando de nuevo el cochecito  nos hace entender que la discusión de la merienda ha finalizado, y ya no hay lugar a mas protestas, así que caminamos de nuevo junto al cochecito, cada uno presta atención a lo que lleva entre manos, sintiendo  que el nuestro es el más grande y el que más azúcar tiene y por cierto que esta buenísimo, y es justo, justo lo que cada uno de nosotros queríamos. Como hará Mamá para saber siempre lo que nos gusta.

Poco a poco llegamos  a casa, felices y cansados, Mamá aun  pelea para que terminemos la cena, nos cepillemos los dientes, guardemos; gorros bufandas y guantes y nos pongamos los pijamas, va de una habitación a otra  quitando zapatos, arreglando embozos, haciendo recomendaciones; tapate bien, no cojas frio, pero ya no la oímos, de tan cansados que estamos nos quedaríamos dormidos encima de la cama, si no fuera porque Mami hace la ronda diaria  y dándonos un beso a cada uno termina  por meternos debajo de las sabanas, apaga las luces  y deja las puertas entornadas.

Acurrucada en mi cama, poco a poco me voy quedando dormida, en la penumbra de la habitación y con la luz del pasillo encendida, escucho como se pierde el ruido de los platos en la cocina, es divertido salir con mi madre a pasear, lo hemos pasado fenómeno.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus