No voy a llorar. No derramaré lágrimas. Ni una sola. Quizá se sumerjan mis pupilas, se me nuble la vista y mis párpados queden al borde de la inundación. Quizá deba construir muros de contención y compuertas para evitar el paso del río del desconsuelo.

No voy a llorar, porque miro hacia atrás y en mi memoria se reproducen clips de los cumpleaños con tartas caseras y dibujos hechos con más amor que talento artístico; las Navidades con regalos simples pero hermosos, y con los cuales no me cansaba de jugar; los paseos al lago y la emoción que sentíamos todos cuando una trucha mordía el anzuelo.

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No voy a llorar, porque en cada escena de mi vida he estado acompañada del mejor elenco y dirigida por los más grandes realizadores. Porque llorar sólo me alejaría de aquellos momentos, de esos breves instantes, esas chispas de felicidad que una a una fueron llenando de amor el mar de experiencias que ha sido mi vida.

No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar.

No voy a llorar, porque la muerte es parte de la vida. Porque os seguiré viendo en mis recuerdos. Porque os sentiré a mi lado durante toda mi existencia. Porque oiré vuestras voces cada vez que cante alguna de nuestras canciones favoritas de los Beatles. Porque oiré vuestras risas cuando me ría de las bromas que me jugará el universo y me harán reír aún más fuerte.

No voy a llorar. No voy a llorar. No voy a llorar.

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Pero veo esta foto y mis ojos se desbordan. El caudal del río sobrepasa las débiles fortalezas que he construido y se abre paso con el desenfreno propio de una tormenta tropical. Porque no recuerdo este momento. Y no recuerdo muchos otros. Porque mi memoria es frágil y ya no os tendré cerca para preguntaros sobre todos esos pasajes de mi historia. Porque veo esta imagen y sé que no volveré a ser amada como en ese momento.

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