Con el querido Bukowski
emborrachamos de locos,
atravesamos las calles sin nombres, ni rostros…
¿Qué malo hay
en todo esto,
de que sea diferente?
¿Que tenga mi bufanda arrugada de forma nido
y nada de los nudos de Daniel tan aburridos?
¿Qué pasaría si
después de no sé cuántas copas,
aún atravesáramos
las viejas puentes rotas?
¿Es malo combinar los sentimientos
de modo más platónico, sin cuentos, cientos?
Tener la pieza tan sagaz,
a la que sientes incapaz
de aplicar
a lo real,
por demasiado
genial,
por miedo
de perder
querer,
por eso,
decidir,
que pupilas, pues, éstas,
como Bécquer las describe,
queden para siempre
de mirada libre…
Apoyando las farolas de un muelle blando,
Susurrando travesuras, mientras la bufanda
vuela de mi cuello,
suelta en el aire denso,
como tú aquella vez –
enfadado, tenso,
sin palabras, con portazos,
trato hecho –
ya sin lazos.
Las corbatas tristes, pero bien colocadas,
despertaron a los ojos, míos, hinchados,
respiro a pasos, el mundo se hunde,
o puede que mi cerebro confunde:
¿Quién soy y a dónde,
maldita sea, ando?
Sin coraje,
ambiciones,
con las tontas
reflexiones…
Si, soy como cualquier muerto,
enterrado hace tiempo
en los miedos infantiles,
con tristezas y desdichas
muevo mal a todas fichas.
Perdonadme mis errores,
Dioses, Diosas y Amores,
sobre todo, tú, amigo,
no me culpes sin sentido,
ya que, sé lo poco:
que – ¡vivir tampoco! –
existir me queda en las tumbas negras,
donde se inspira – solo en mentiras,
entre los amargos ratos de cafés,
sin explicaciones cuándo y porqué –
por las madrugadas,
frías y extrañas,
al pasar aquellos
ebrios paseos…
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