EL REY DEL REGALO CUTRE

EL REY DEL REGALO CUTRE

EL REY DEL REGALO CUTRE

Mi hermana sostiene el regalo con los labios fruncidos y los demás nos reímos a carcajadas. Los móviles disparan la foto de recuerdo mientras los otros objetos horribles descansan entre los  restos de cava y roscón. Son seis regalos en total, uno por hermano. A  cada cual más feo. Pero por votación se ha decidido que el suyo sea el ganador de 2016. El Rey del Regalo Cutre.

“Prometo que lo tendré en la mesa del recibidor durante todo el año” proclama “y que pienso buscar desde mañana entre los bazares más recónditos de la ciudad. Me las pagaréis malditos”

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Volvemos a reír. Y a los teléfonos comienzan a llegar las opiniones de los sobrinos que no están, en respuesta a las fotos enviadas. Somos muchos y cada vez se hace más complicado que estemos todos. Pero es más sencillo desde que la sensatez nos hizo matizar el agobio consumista  de la Navidad con esta versión genial del “amigo invisible”.

Las reglas son sencillas.

El regalo no debe costar más de diez euros y ha de ser el objeto más feo posible. Se acompañará con una dedicatoria elaborada para el hermano que nos toque por sorteo y mediante votación, se elegirá el peor. El ganador (o perdedor, según se mire)  se compromete a tenerlo bien visible durante todo un año.  El recibidor, la oficina, la percha de la entrada…A merced de la opinión de las visitas o los compañeros de trabajo.

Una improbable máscara africana de yeso, un macetero de latón con forma de vaca, un huevo de Fabergé de plástico con plumas y lágrimas de plástico naranja colgando de una puntilla…

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El local que hemos alquilado este año es una antigua panadería en una planta baja. Ningún restaurante soportaría semejante bullicio, ni la falta de prisa que requiere el acontecimiento.

Somos casi treinta pero con lo que ha sobrado bien podrían comer treinta más. Tampoco somos exagerados preparando comida. Tortillas de patatas, croquetas, pizzas caseras, arroz al horno…cada uno de nosotros ha traído víveres para la mitad de los comensales.

Una colección de fiambreras y cazuelas con restos espera sobre lo que debía ser el antiguo mostrador. Bolsas vacías y vajilla de plástico para el regimiento que somos y que se amplía cada año. Dulces, vino, café…

Los nietos de mis hermanos mayores juegan entre las mesas. La más pequeña de la familia pasa de brazo en brazo, de tía abuela en tía abuela, disfrutando de besos y atenciones incansables. De abrazos que compiten por pasearla.

Mi madre dice, como cada año, que hay que guardar las dedicatorias. Muestra imperecedera del  ingenio familiar.

Comienzan las historias sobre cada objeto, quién, cómo, dónde…La cara que puso el dependiente al ver que por fin se llevaban el chisme maldito que nadie quería. Alguien comenta que ha vuelto a ver el regalo ganador de 2013. En la misma estantería del mismo sitio en que lo compró. No se ha vuelto a vender otro.

Oigo a mis hijos contar a sus primos cómo encontramos el nuestro y las carcajadas se contagian en la parte de la mesa donde se han juntado los más jóvenes.

Comprar el regalo más feo es algo que nunca se deja para última hora. Se hace con premeditación y alevosía durante meses. En pleno viaje de agosto te sorprende un dependiente llorando de risa en el pasillo de una tienda en la playa, con un objeto absurdo en la mano. Inútil explicarle que buscamos el regalo ideal para Navidad.

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Relojes estrafalarios, santos que funcionan a pilas y artículos con luces y sonidos machacones. Tus hijos llegan con la sonrisa de oreja a oreja diciendo que han visto en el chino del barrio el regalo perfecto para sus  tíos. Todos se implican en la compra. Todos esperan con ilusión la comida familiar.

Alguien saca otra caja de bombones a la mesa y hay protesta general ¡No nos cabe nada más! Pero no se puede hacer el feo a quien los ha comprado. Las dietas siempre empiezan mañana.

Fuera cae la tarde del primer domingo de enero y el aire frío balancea  los papánoeles y los reyes de trapo que aún cuelgan por los balcones. Suicidas absurdos que esperan  para ser devueltos a la seguridad del armario durante otro año más. Sólo quedan dos días para Reyes.

Las risas se oyen desde la calle. La alegría es siempre un buen regalo.

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