El tiempo en una botella

El tiempo en una botella

         Aún antes de ser consciente de mi propia existencia, ella estaba presente en mi camino. Su recuerdo surge de una nebulosa infantil, pero con una gran nitidez veo a una anciana de mirada cariñosa. Un enorme lunar en su rostro llamaba mi atención, pero no me asustaba.  Mi bisabuela María vivía en la calle de la iglesia y mi madre me llevaba a visitarla cuando estábamos en el pueblo. Muy mayor ya, permanecía  acostada en su cama en la primera habitación a la derecha de la casa según se entraba.  Era una casa  amplia. Un gran patio blanqueado aparecía al final del pasillo. Curiosamente, allí estaba la cocina. En la casa siempre había mujeres que me recibían con risas y gritos de alegría. Me miraban mucho y me acariciaban la cabeza. No recuerdo quienes eran. Me hacían sentir bien aunque el lugar me resultaba extraño.

  Estas son las primeras referencias de mi familia materna, los Carrión. Aunque yo era muy pequeña, estos recuerdos siguen acompañándome.

  La bisabuela María nos dejó en 1982.  Sin embargo, durante muchos años al pasar por delante de aquélla casa en la calle de la iglesia, mi madre me decía «¡mira, esa era la casa de la bisabuela!». También hoy en día, cuando surge la oportunidad se lo indico a mis hijos.

  Como nunca he vivido en el pueblo y todas las ramas de mi familia se concentraban en él, he de admitir que durante mucho tiempo tuve una gran confusión de familiares en la cabeza. Era un verdadero dilema discernir a cuál pertenecía cada una de las personas que me saludaban con afecto al verme cuando íbamos de vacaciones.

  Pero ahí no quedaba la cosa. Porque según fui creciendo descubrí que había  «Carriones» en media España y parte del extranjero. De manera que los encontré en ciudades tan remotas como La Seu d’Urgell, Balaguer, Tarragona, Andorra, Badajoz, Barcelona, Valencia, Granada, Sevilla, Córdoba, Ibiza, Madrid, Zaragoza, Viella y ¡Londres!. La verdad es que nunca podía estar tranquila porque de repente, ¡zas!, allí había un Carrión. Y el asunto era que, una vez hallados, se quedaban en mi vida para siempre. Durante más o menos tiempo, con mayor o menor intensidad. Pero todos han permanecido en mi círculo vital hasta hoy. Por suerte para mí.

  En los últimos años se han celebrado de forma periódica reuniones de la familia Carrión en el pueblo. Hemos llegado a juntarnos más de cien personas de cuatro generaciones. Poco a poco he logrado hacerme una idea  aproximada de la dimensión de la gran familia Carrión. Los miembros de mayor edad han ido dejando su hueco a los jóvenes integrantes. Es ley de vida. Pero tengo que esforzarme en situar a cada nuevo Carrión para no perder el norte.  

  Siempre he considerado que me acompañan más rasgos físicos y de comportamiento de mi sangre paterna. Aunque probablemente tengo algún parecido Carrión que otros distinguirán mejor que yo. Sin embargo, uno de mis hijos ha heredado bastantes genes «Carriones». Desde niño han salido a relucir en él con fuerza. Inevitablemente el proceso vital se encarga por sí solo de trasmitir los orígenes de generación en generación, queramos o no.

  El pasado 15 de agosto, disfrutamos de la última «reunión familiar Carrión». El calor dio tregua y fue un día espléndido. También la noche de fiesta hippie. En los últimos minutos de la jornada, un Nachete de cinco años, rubio y con mirada de mar, peleaba con el sueño. Gateaba a duras penas sobre su madre  y le rogaba «mamá yo me quiero quedar a dormir en casa de la bisabuela Joaquina». La escena ha iluminado el verdadero sentido de estos encuentros con mi familia. Saber quiénes somos, de dónde venimos, nos ayuda a ser más felices y a entender nuestra forma de ser, nuestros preferencias, nuestras vidas.

  Por eso no puedo más que agradecer a todos los «Carriones» que han estado presentes en mi destino, saludándome e interesándose por mí a pesar de que, en ocasiones,  yo los mirara con cara de desconcierto. Gracias a todos ellos por que han encuadrado una parte de mi existencia, aunque sigo intentando colocar otras piezas. Y sobre todo, doy gracias a mi madre  Carmela Carrión Fenoy, hija de Antonio Carrión Martínez y María Fenoy Ramos. Artífice de todo, principio y fin, trasmisora de casta, patrona del barco, ha sido y será compañera de mi camino en la vida.

  Los bisabuelos María y Francisco vivieron en el campo, en la Finca Buenavista. Antonio Carrión, casi cien años después ha puesto el tiempo en una botella y ahora todos los miembros de la familia Carrión tenemos un cachito de tierra de nuestros orígenes. Ha sido una gran idea ¡gracias primo!

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