Había hecho todo lo posible por olvidar cuanto se refería a su tierra. Solo llevaba consigo unas pocas fotos de cuando era un chaval que por pura casualidad no se habían perdido en su huida, nada más. Y pensándolo bien no eran fotos de chaval, porque aún lo era cuando se alistó y huyó. Un crío obligado a acudir de manera voluntaria al llamado de su presunta patria que tampoco era tal. Cuanto equívoco en las denominaciones, así de entrada. Con lo a gusto que estaba con su nieve, sus libros de idiomas y el ajedrez. Y menos con el fútbol y no por falta de ganas, pero su hermana le impedía casi siempre jugar, porque al escaparse con el pretexto de un libro, lo paraba antes de salir por la puerta diciéndole que ella lo tenía. Su hermana, inteligente, guapa, con personalidad…  que se empeñó en enseñarle un idioma que le parecía tan lejano como el país al que pertenecía, y que a modo de premonición, le decía una y otra vez lo importante que sería en el futuro, tan incierto como sin esperarlo, iba a ser para él. 

Y a partir de ahí pena eterna, porque lo fue acabar al final de sus días en un lugar casi tan lejano y desconocido como ese otro idioma que en su tiempo aprendió a regañadientes. Allí donde empezó la debacle, en la que su vida definitivamente fue cuesta abajo, sin remisión, y en el que entró en los oscuros caminos del alcohol y la melancolía. Fuera cual fuera su sueño, su lucha, hacía mucho que se había dejado vencer. La anterior vida en su país de acogida había sido agridulce, había salido adelante, un buen trabajo, incluso un amor pero finalizado, y tampoco era feliz. Nada de eso mejoró, aunque viajó acompañado de la hermosa mujer que conoció en su país de acogida. Hermosa, temperamental, trabajadora, con un concepto de la realidad un poco distorsionado. E incapaz, lastimosamente incapaz de ponerse en el lugar de otros, enternecedoramente brutal a la hora de entregarse y de desgastarse, y aún así persistente en su actitud. Dándose toda entera sin esperar correspondencia, pero sacando todo su rencor a quien no lo hacía. Y quien primero no lo hizo fue él, aquel que pensaba que iba a ser lo mejor de su vida, aquel a quien la premonición de una vidente olvidada le había dicho hacía tiempo que conocería. Ese recuerdo que años más tarde le vino nuevamente a la cabeza… que sería el padre de sus hijas, al que en realidad nos sabemos si amó, suponemos que al menos al principio si, pero que soportó en su dejadez, y en su fracaso. Soportó porque no acompañó, no pudo o no supo, tampoco lo sabemos. Ella era así, de magnitud superlativa en todos sus aspectos. Y sufrió mucho, por todo lo que perdió al irse al país de acogida de él, por la lejanía, la nostalgía, la infelicidad por no saber ni cómo hacer las cosas de manera distinta a como las hacía, por no entender el mundo… y asi se juntaron dos almas que por ellas solas habrían padecido, reído y tal vez salido adelante, pero que al juntar sus destinos dejaron de lado el aspecto bueno, amable y se embarcaron en una tristeza y en un reproche continuo…

Lo pensaba contemplando una foto de él, sereno, guapo, serio para sus diez años, una de esas pocas que conservó por casualidad… En las fotos de ella con más edad, de niña eran un lujo para la familía, se la veía guapa, simpática, saliéndole la alegría por los ojos y la sonrisa, a pesar del cansancio y de la responsabilidad de hermana mayor. Con la lozanía de la juventud y la inocencia de quién está convencido de que en la vida solo le puede ir bien a fuerza de trabajar. Orgullosa, animosa, casi podría decirse que feliz. Y luego las fotos de ellos dos al principio, tan diferentes, él tan alto, ella bajita. Él parecido a un actor de cine, con su traje cayendo estupendamente en su osamenta de atleta. Ella morena, de labios rojos, con figura oronda, redondeada, tacones de aguja, piernas torneadas, con su vestido de guipur confeccionado por ella misma. Iniciaban nueva vida. Ella en su país, él alejado de los suyos, el de nacimiento, el de acogida, pero con sincero interés por adaptarse a ese en el que se gritaba, ese donde siempre brillaba el sol, se vivía en la calle, había playa, con un modo de vivir tan diferente… y acabó siendo la muerte, la de su alma que ya vino casi moribunda y que en algún momento creyó que reviviría en un lugar así. Para morirse antes hace falta estar vivo, y eso es lo que le ocurría, que parecía que estaba vivo, porque respiraba, comía, andaba, pero no era así. Su alma y su espíritu hacía mucho que se habían quedado prendidos en algún lugar del pasado, seguramente cerca de ella, la otra ella, la única ella, y que dejó de ser ella, para convertirlo en nadie. Y esta ella, la que le soportó porque no pudo o no supo acompañarle, desistió, se rindió y sin otro él en quién pensar, siguió viviendo la peor soledad, la que se vive acompañado de otro, tozuda y decidida, pero también triste, rencorosa e incomprendida. Y luego con la ausencia verdadera solo la desmemoria deshaució la desilusión de su corazón. 

FIN

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