El nacimiento de Manuel

El nacimiento de Manuel

Norma Borello

08/01/2016

Nacimiento_2.jpg

Antonio y Carmen año 1897

Esta joven pareja partió colmada de ilusiones en el año 1899 con la esperanza de encontrar en América trabajo y progreso.

Carmen ya estaba esperando su primer hijo cuando con lágrimas en los ojos saludó a su familia depositando en manos de su madre una foto que contenía toda su tristeza y su dolor.   Para ella resultó muy larga la travesía, sufrió los síntomas propios de su embarazo  aumentados por la nostalgia, el temor y la incertidumbre, Antonio por su parte sentía sobre sus espaldas el peso de la responsabilidad asumida.  Después de un largo viaje, cuando el capitán del barco anunció la llegada a América, la mirada de Antonio se tornó borrosa. Un llanto contenido brotó espontáneamente de sus ojos nublando su vista, no quería que Carmen lo notara y con disimulo miró a su alrededor como buscando el pañuelo que secara sus lágrimas.

Anclaron sus esperanzas en el Río de la Plata y con todas sus ilusiones pisaron la tierra soñada que los esperaba con los brazos abiertos. Caminaron un largo rato junto a la gente que los rodeaba sin emitir palabra, cada uno en su mundo.    En ese momento se sintieron muy solos, sabían que debían llegar a Santa Fe donde  un amigo los esperaba, pero estaban preocupados, confundidos.  De pronto vieron a lo lejos un hombre que cargaba bultos y personas en un carro y decidieron acercarse. Antonio le ofreció unas monedas para que los llevara y sin vacilar aceptó. Los subió al carro y luego de un corto recorrido, los bajó en una plaza donde descendieron todos los ocupantes.

En el barco, junto a ellos viajaba un sacerdote jesuita, que todos los días se interesaba por el estado de salud de Carmen. Al verlo caminando en medio de la multitud, se acercaron a él y le preguntaron:

– ¿Cómo podemos llegar a Santa Fe?

El sacerdote gentilmente los acompañó hasta una caravana de carros cargados de bultos y una gran cantidad  de gente que esperaba para viajar. Pronto los acomodaron y desde ese lugar comenzaron otra larga travesía sin interrupción, en la que solo se detenían a pasar la noche.   Para Carmen la situación se tornaba insostenible, sentía un inmenso deseo de estar junto a su madre y sentirse protegida. 

Una mañana, al amanecer, el dolor la superó y asustada comenzó a gritar desesperada. Antonio sin saber qué hacer, acariciaba su rostro tratando de tranquilizarla mientras sus contracciones se hacían cada vez más seguidas y dolorosas. Su cuerpo mojado por el sudor temblaba y sus largas faldas húmedas anunciaban la inminente llegada del niño que según la fecha estimada resultaba prematuro, pero todo sujeto a equivocaciones.

Las personas que viajaban con ellos trataban de colaborar, desorientados por la falta de conocimiento pero dispuestos a recibir al “niño” que nacía en América en una situación poco fortuita.

Una mujer, que dijo llamarse Dolores, sin vacilar se abrió paso entre la gente y se acercó a Carmen. Se sentó a su lado y acariciando su rostro para tranquilizarla acompañó a la naturaleza que sin vacilar seguía su curso. Mientras gritaba de dolor por las contracciones, la joven pujaba para ayudar con valentía el avance del parto. De pronto ocurre el milagro, Dolores con alegría gritó -“viene, viene”, mientras asomaba al mundo una pequeña cabecilla que más tarde copiaría en sus revoltosos cabellos el color de los trigales.

Se llama Manuel-, dijo Carmen, mientras el llanto del niño devolvía a los padres la felicidad que esperaban. Dolores, por su lado, con los ojos llenos de lágrimas recordó en ese momento a su hijo Manuel que la guerra le había robado hacía unos años. En su interior sintió una sensación inexplicable, mezcla de tristeza y felicidad al pensar que acompañó la llegada al mundo de ese niño que llevaría el nombre del hijo que la muerte cruelmente le había quitado.  Dolores fue la querida madrina de Manuelito. 

                   “Un trueque de la vida”.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus