-¿Zara Abbid falleció?
-En Saint Denis.
-¿Cuándo?
-En noviembre de 2015.
-Pero, ¿qué me estás diciendo?
-En Le Camboyen.
-¿Aquél sábado horroroso?
-Estábamos cenando.
-Nunca me lo dijiste…
-No he superado el trauma aún.
-¿Por qué? ¿Por qué no me lo dijiste Pat? Yo te habría ayudado.
-Dejé de creer en el amor. Me hice duro para sobrevivir. Fue un año maldito. Un mes después me despidieron del trabajo de médico de urgencias del hospital. Por los recortes.
-Pobre Pat.
-¿Quieres más?
-No gracias Pat. Estoy llena. Me levanto a por más vino…
-No. No lo hagas, por favor. Yo soy el anfitrión. Betty, siéntate por favor. Déjame a mí hacer. Siéntate.
-Vale, vale. Me siento.
-Vino Rioja te apetece.
-¿Tienes?
-Gran reserva del 2015. De Barón de Ley.
-¡Oh, querido! Sabes que me gusta. Qué majo.
-Guardé esta botella para celebrar una oportunidad de verdad. Esta cena nuestra lo es, ¿no es cierto?
-Claro que sí. Pues yo, volviendo a lo de antes. Aquel día me quedé impresionada. No me lo pude sacar de la cabeza durante semanas. ¡Qué suceso violento! Qué muerte inútil. Qué terrible es el terrorismo. La guerra es igual. No sirve para nada. Joder la vida a los demás. Jodérsela uno a sí mismo. No puede ser. Lo que no puede ser no puede ser. Lo importante en la vida es el amor y la salud.
-Tuve que acudir a un psicoanalista para recuperarme de una depresión.
-Y dices… no lo superaste Pat. Que es esto, oh, estás llorando.
-Betty eres un encanto.
-Déjame besarte.
Zara fue una muchacha muy vital. Sus padres eran emigrantes de Argel y se instalaron en el comercio local. Abrieron una tienda de alfombras. Yo me enamoré de ella en la adolescencia. Pertenecía a la cuadrilla de mi hermano. Éramos vecinos de la infancia. Ella era casi cuatro años más joven que yo. Jugaba con los pequeños. En el colegio nos encontrábamos a la salida siempre. Su ama la iba a buscar al colegio cuando yo regresaba con mi hermano a casa. Muchos días volvíamos juntos al barrio, una tiradita de dos mil metros entre campas y huertas labradas rodeadas de castaños y manzanos. Los perros siempre ladraban al pasar. Cuando terminé los estudios del Liceo noté que se fijaba en mí. Yo sentía algo muy intenso cuando veía o recordaba su sonrisa. Pero hacíamos como que no nos dábamos cuenta. Siempre retiraba la mirada para evitar su encuentro visual. Pero los cuerpos no nos mentían. Se trataba de una fuerza mayor. Un bienestar, un sentimiento de gustoso acompañamiento compartido. La noche de aquel noviembre quedamos con sus amigas como lo hacíamos habitualmente. Con mi hermano que estuvo presente en aquella soiré. A la mañana de ese día yo había llegado temprano para la clase de Literatura. Decidí desayunar en la cafetería de la facultad. Entre sorbo y sorbo de café planifiqué declararle mi amor. Ahora lo pienso. Recuerdo su carcajada cuando se lo dije, le gustaba reírse de mí como hacen los amigos fieles, ¿sabes?, y también su respuesta.
-Zara te invito a cenar. ¿Aceptas?
-¿A las ocho?
Llega mucha gente desde primeras horas. En sus coches, en taxis. Otros salen de la boca del metro que se halla a unas cinco cuadras de la puerta. Hace frío en Saint Denis. El sol esconde su cabeza. Amenaza lluvia o nieve. Silencio. Ahora sólo llantos sofocados. No lo puedo soportar. Saludo a amigos del instituto un buen rato. Estamos todos. Me acerco a la tumba. Deposito el ramo de flores al lado, en el montoncito. Las chicas tienen lágrimas en los ojos. A la madre se la llevan entre varios familiares porque sufre una lipotimia. Miro y aparto la mirada. Algunos me abrazan. Entonces no puedo contenerme y rompo a llorar. Entro acompañado. Ya en la capilla da comienzo la misa responso. El coro del liceo comienza la parte cantada de la novena sinfonía de Beethoven. Les acompaña el piano que interpreta sus primeros acordes. Me parece que falta luz y sobra oscuridad en esta nave. Aparece el sacerdote. Da comienzo el oficio. Todos nos ponemos en pie. Un sonido venido de fuera completa el concierto. Llueve sobre Paris.
FIN
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