FOTO_JPEG2.jpg

Esta es la foto de mamá cuando estaba embarazada de mí, detrás está Juglans, mi padre. Como podéis ver en la imagen se volvió translúcida y le brotaron ramas de sus cabellos, de la cara y de otras zonas del cuerpo. Durante parte de su embarazo adquirió este aspecto insólito y vivió a caballo entre el reino animal y el reino vegetal.

  Todo empezó el día en que Hortensia, mi madre, se fue a vivir a la antigua heredad familiar, abandonada hacía décadas. Esta propiedad es conocida como el Viejo Jardín de Adán, por un antepasado suyo, en Los Cortijos Altos. Mamá había sido nombrada médico del lugar. Ella sola acondicionó la casa, limpió el huerto de piedras y escombros y lo sembró. En él había un árbol centenario y, sentada bajo el frescor de su copa, pasaba la siesta y parte de la noche. Velada tras velada, siesta tras siesta, entre lecturas y sorbos de naranjada, fue enamorándose de aquel magnífico ejemplar que la envolvía de gratos silencios y cuyo nombre era Juglans. En ocasiones, Juglans apartaba sus hojas para que los rayos del sol deslumbraran las pupilas esmeraldas de mamá. Entonces ella cubría sus ojos con una mano al tiempo que cerraba el libro y desplegaba una sonrisa burlona. Después apoyaba la espalda sobre el tronco y comenzaban una alegre conversación de susurros y parpadear de hojas; hasta quedar dormida resguardada por sus sombras.

  Una tarde que salió para asistir a un parto llegó a casa rayando la madrugada. Venía sucia del polvo del camino y sudorosa del calor del verano, así que se desvistió y se bañó. Mientras se secaba, a través de la ventana, pudo ver sobre el nogal un brillo acuoso y supo que algo iba mal. Fue hasta él corriendo y quedó horrorizada cuando contempló a Juglans desnudo, lleno de heridas y cubierto de sabia. Algún indeseable había arrancado su corteza y este se quejaba con voz lastimera haciendo crujir sus ramas. Mi madre no sabía cómo curar aquellos tajos supurantes e intentó taparlos con la toalla, pero como no era suficiente abrazó el tronco con todo su cuerpo e intentó cegar la hemorragia. No era la primera vez que Juglans sufría semejante mutilación –pues según los lugareños, su corteza tenía propiedades curativas para diversas dolencias- y sabía que podría superarlo. Aunque en esta ocasión, las caricias de mamá hicieron la situación más llevadera, se sintió joven y dichoso y no pudo evitar devolvérselas. A ambos les inundaron las sensaciones de los días pasados y, percibiendo el sentir del otro, se amaron hasta eclosionar en un estertor de crujidos dulces y perezosos. Aquella noche mi madre trepó al nogal y durmió entre los brazos de papá.

Durante el embarazo, Hortensia tuvo las molestias típicas de todas las mujeres, pero a partir del cuarto mes comenzó a sentir ocasionales dolores de cabeza y empezaron a salirle pequeños brotes verdes entre el cabello y pequeñas verrugas por la cara y el cuerpo, hasta que adquirió el aspecto que muestra la fotografía. Cuando los vecinos percibieron los cambios en su persona se llenaron de alegría y la felicitaron. Por fin la tierra del jardín había vuelto a ser fecunda, después de tanto tiempo improductiva. Desde entonces, los habitantes del pueblo se preocupaban por el estado de mamá y la agasajaban con miel y bizcochos. Mayores y pequeños, a la caída del sol, se apresuraban a engalanarse y salían a pasear por la plaza como si fuera domingo, porque se sentían felices y orgullosos de su nueva vecina y del fruto que llevaba dentro. Además allanaron las calles, jalbegaron sus casas, repararon el alumbrado público y nombraron alcalde.

  Mi piel es suave y dura como el linóleo y mis cabellos recios y fuertes como la estopa. He crecido igual que el resto de niños, despacio y aprendiendo a vivir mientras jugaba; entre carreras y revolcones con los amigos, estrujones de abrazos y besos de madre y aupadas al cielo en los brazos de papá. Luzco rastas en el pelo y afeito a diario con navaja mis cerdas rebeldes como púas de castaña. Pronto cumpliré veintiocho primaveras, estudié biología y, después de dos años de viajes por grandes ciudades, bochornosas selvas y fríos bosques, he vuelto a casa. Ha sido una experiencia bonita y enriquecedora que me ha granjeado buenas amistades. Aunque también he echado de menos a los míos, a pesar de que mamá ha venido a verme a alguno de mis destinos y de que he estado en contacto con padre por medio de la tierra. Me basta con descalzarme y enterrar los pies en los surcos del campo o en el jardín de un parque; no solo soy capaz de comunicarme con él, a veces repongo mis fuerzas absorbiendo los nutrientes del suelo.

  Ayer fue el gran día, llegué a la vieja casa ya de noche y abracé a padre emocionado. Han sido momentos memorables a la luz tenue de la luna, había olvidado la magia de este lugar, hoy más intensa que nunca. Luego hemos asistido a la gran fiesta que el pueblo me tenía preparada, no sé cómo corresponder a tanta franqueza y a tanto cariño. Al regreso, Juglans estaba esperándonos con sus hojas adornadas de guirnaldas y capas de heno esparcidas a sus pies para que nos sirvieran de cama. Era parte del recibimiento de nuestros vecinos. Hemos dormido los tres al frescor de la noche y al susurro de las estrellas, arrullado nuestro sueño con el ronronear de sus ramas. Pero lo mejor ha sido al llegar el alba, al abrir los ojos y verla a ella, hermosa y esbelta, joven y risueña, tierna aún, contorneándose, mirándome con rubor y con gracia. He despertado a mamá sin dejar de admirarla y le he preguntado. «¡Ah¡ Ella. Con la emoción de tu llegada la había olvidado. Apareció un día con el viento ábrego, al poco de irte tú, se quedó aquí y fue bienvenida. Sí, realmente es hermosa la Acacia Roja».

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus