…El sombrero del abuelo…

…El sombrero del abuelo…

Mi interés por cómo encontraría esa mañana a mi abuelo aumentaba a medida que subía los peldaños de la empinada escalera.

Nunca creí en las casualidades pero, de un tiempo a esta parte, su estado de ánimo no atendía a acontecimientos personales ni de allegados, tan siquiera, ni al ritmo que tomara la historia universal.

Al llegar al segundo piso vislumbré lo que parecía la figura de Marta en el marco de la puerta y me entristeció el recuerdo de, cuando era él, el que me esperaba con los brazos desplegados y una enorme sonrisa.

 –  Buenos días señorita Raquel, su abuelo desayunó bien y ya está aseado.

Mientras Marta se dirigía a la cocina y, con la esperanza de que aquel día mi abuelo me reconociera, avancé por el largo pasillo que dirigía al salón y, tanto me vio trastear en mi infancia, hasta que le vi sentado en su viejo sillón, cada día más pequeño, como si de alguna manera sus recuerdos y anhelos le fuesen abandonando a través de los poros de su anciana piel.

Le encontré tranquilo, su mirada vacía de vida permanecía fija sobre un globo terráqueo que ocupaba, desde hacía unas décadas, la tercera balda de la estantería.

Esta imagen hizo que esbozara una débil sonrisa al recordarme que mi abuelo, aquel que tanto había viajado por la vida y por los años, mirara ahora el mundo desde fuera como si no quisiera o, incluso, no se le permitiera formar parte de él.

 -¿Cuándo nos vamos, hija?, ¿cuánto falta? No tengo miedo, pero estoy un poco cansado.

Clavado a su sillón, muy peinado y almidonado, cerró los ojos y se dejó caer, como si viajara al revés.

Y vio Dios al abuelo vencido, a Marta en la cocina echando cuentas para llegar a fin de mes, el llanto seco y sordo de Raquel y, dubitativo, exclamó:

 –  Maldito alzhéimer…

Narro esta historia diez años después mirando un globo terráqueo situado en la tercera balda de mi nueva estantería, aún hoy, sigo sin creer en las casualidades…

-FIN-

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