La primera foto de familia fue la última. Papá la había cagado y el día en que Diane nos tomó la instantánea fue el último en el que él que durmió en casa. Al regresar de la fiesta, mamá le puso una maleta llena de ropa en la puerta y extendió su mano para que el ex inquilino de su corazón depositara en ella su juego de llaves. Desde entonces, en casa no hubo noticia alguna sobre su paradero o estado. Y si mamá no le echó de menos y mi hermano mayor, Billy, no expresó por su retraso añoranza alguna, yo nunca llegué a tener conciencia de que ese hombre hubiese formado parte de mi vida.

Muchos años después, en vísperas de mi boda, mi madre me entregó la fotografía, como primer paso para contarme toda la verdad y, de algún modo, advertirme de que en el amor no todo es de color de rosas. “Papá se lo buscó”, me dijo. 

Ella le había dado el ultimátum en numerosas ocasiones, pero para mi padre el infierno de la piel ajena siempre fue más tentador que el limbo de aquel matrimonio, abocado al fracaso desde aquel fatuo big bang en el que las vidas de ambos convergieron. Nadie daba un centavo por ellos y las reservas del entorno familiar de mi madre terminaron por ser una profecía autocumplida. Aunque con un desenlace insospechado.

En defensa del hombre que ni me arruinó ni me solucionó la vida y en honor a una verdad que ya pinta en sepia, mamá me dijo que lo de papá no era puro vicio. O al menos no lo fue en los últimos seis años de vida en común, los que tenía Billy cuando nos retrataron. Ella me contó cómo se hizo fuerte en el torreón de su reino de hielo, donde decidió subirse bajo el shock de un parto prematuro y sus brutales consecuencias, que se prolongaron hasta que Billy murió, hace ya 17 años.

¿Y qué hizo papá? Desquitarse con el calor de tálamos más generosos que el de mamá, con la única excepción -por influencia del alcohol, para más señas- que me trajo al mundo. Mi salud era perfecta, pero una niña sana no arregló la mercancía averiada en la que se había convertido aquel matrimonio.

Las cenas frías esperando sobre la mesa eran el pan de cada día. Cuando no era un encargo de última hora de la ebanistería en la que trabajaba, era una visita a destiempo a su madre. El trabajo o los achaques de nuestra abuela eran excusas perfectas para volver a altas horas de la madrugada, saciado de su lujuria y lleno de culpabilidad, que no de propósito de enmienda. Él asumía en silencio la condición de lumpen sentimental, que mamá -con una intuición que acabaría por revelarse coja- se encargaba de recordarle con todo tipo de improperios. En más de una ocasión, la policía se presentó en casa.

La gota que colmó el vaso cayó con la fuerza de un alud en vísperas de que nos hicieran esta foto. Billy se quejaba de dolor de tripa. Las infusiones no hacían efecto alguno, de modo que mamá nos sacó de casa para dirigirnos hasta el Bronx, al consultorio del doctor Trips, un pediatra de precios populares. Mamá había encontrado una tarjeta publicitaria de su consulta en el bolsillo de uno de los pantalones de papá. 

Nos dirigimos a un viejo edificio de la 132 Este. Era un monstruo de hierro y hormigón que alguien había ideado como complejo mixto de viviendas y oficinas, con lo cual la tranquilidad brillaba por su ausencia, ya que también había sociedades de inversión de medio pelo y casas de apuestas. Cuando entramos en el ascensor, mi madre apretó un botón azul en el que aún se adivinaba un desgastado número 15. Subimos y abrimos la puerta, salimos y giramos a la derecha por un pasillo casi en penumbra. Camino de la consulta, se abrió una puerta, de la que salió papá, algo sudoroso, con la camisa por fuera, acompañado de otro hombre, tan acalorado como él. Los dos varones, sin percatarse de nuestra presencia, se despidieron con un beso en la boca.

Mamá, en silencio, hizo que diéramos la vuelta sobre nuestros propios pasos con rapidez. Afortunadamente, el ascensor todavía seguía en la planta quince. Salimos un edificio y tomamos el primer taxi que pasó libre. 

En las siguientes horas, no hubo ni un grito ni un lamento. Sólo la tensión contenida de esa primera y última foto de familia.

FIN

Foto_relato_Verdad_Revelada.jpg

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus