Daniel giró la llave y abrió la puerta del piso con una única vuelta, lo que probaba que ella había pasado por casa.

-¿Ali? ¿Estás aquí, Alicia?

Silencio. Su pulso se normalizaba.

Llegó hasta el dormitorio y comenzó a desvestirse. Abrió el armario y, durante unos segundos, se quedó inmóvil mirando el interior. Había desaparecido toda la ropa de Alicia. Es verdad que nunca le habían gustado las aglomeraciones de ropa dentro del armario pero esta cuasi desnudez remarcaba una ausencia sobre la que, en ese momento, se negaba a pensar. Se soltó el nudo de la pajarita. Antes de quitarse la chaqueta, metió las manos en los bolsillos y sacó una pequeña caja que dejó sobre la mesilla de noche -la caja que contenía el anillo de la novia-. Enfundó el traje abotonado y lo guardó. Después, fue al baño; se lavó las manos. Pasó por el salón y encendió la televisión apretando el mando a distancia al azar. Voces de fondo, eso era todo. Sobre la mesa de cristal, allí, encontró la nota de Alicia. Decía:

“No puedo más. Te he querido. Ali”

Estaba escrita en una de esas hojas de colores que a ella tanto le gustaba pegar por toda la casa -y que él se dedicaba después a recopilar y guardar-.

El móvil de Daniel no paraba de sonar. La pantalla indicaba el número de llamadas perdidas: Teresa -madre-, 8; Ángel -padre-, 4; Sonia -hermana-, 2; Álvaro -hermano-, 3.

También el número de mensajes en el buzón de voz iba en aumento. Decidió escuchar el último, solo para comprobar cómo habían quedado las cosas por la iglesia.

-Daniel, querido, soy mamá. No me coges el teléfono; tu padre y yo estamos muy preocupados. De los invitados y del cura nos estamos ocupando nosotros, tú tranquilo. Lo de Alicia es, una vez más, intolerable. Ya te dije yo que esa chica no te convenía pero…

Daniel colgó el teléfono; conocía de sobra los argumentos. Sentado en el sillón, dirigió su mirada hacia la ventana y descubrió un papel arrugado en el suelo. Se acercó a recogerlo. Era una nota de Alicia, una nota descartada. Y dentro de la papelera había unas cuantas más. Fue hasta el armario escobero, en la cocina, se enfundó unos guantes de látex y volvió hasta la papelera para sacar todas las notas arrugadas que había dentro. Las desdobló, colocó sobre la mesa de cristal y, en una lectura rápida, las agrupó por temas. Descubrió que las notas se referían a: convivencia, 3; pareja 2, familia -subcategoría madre-, 1; terapia, 1; y animales de compañía, 1. Las notas decían lo siguiente:

(Convivencia)

“No necesito organizar mis medias por colores ni tender la ropa en el patio con una pinza que le vaya a juego. Ali”

“Es verdad que en otoño se cae más el pelo, pero ¿tanto importa? Ali”

“En una guarnición de patatas, zanahorias y guisantes, puede que los alimentos se mezclen entre sí y, a pesar de todo, sigan estando ricos. Ali”

(Pareja)

“Lo siento. Espero que encuentres una mujer como tú y seas feliz. Ali”

“Sabías que establecer un calendario para tener sexo acabaría por apagar mi deseo. Ali”

(Familia)

“Tu madre es… Pensaba que me casaba solo contigo pero estaba muy equivocada. Ali”

(Terapia)

“Reconoce de una vez que tu terapeuta es más importante que ninguna otra persona  (y no son celos). Ali”

(Animales de compañía)

“Está claro que los peces de colores no manchan lo mismo que un perro, pero, por mucho que te empeñes,  no son una mascota. Ali”

Daniel miraba con detenimiento las notas. Mientras cavilaba alzó la mirada hasta la pecera. Ahí estaban los pececillos de los que hablaba Alicia, dando vueltas en una minúscula porción de agua. Siguió con las notas. Podría utilizar esas categorías para organizarlas o bien otras más genéricas (Borrador -todas las descartadas-, Despedida, Arrepentimiento, Sexo) pero, claro, sería más impreciso. Eso sí, haría honor a la forma de ser de Alicia, si es que algún día decidiera organizar la notas en homenaje a su recuerdo.

Se acercó hasta la estantería del pasillo, bajó el archivador cuyo lomo decía Relaciones y lo llevó hasta el salón. Allí, una a una, fue despegando las notas de la mesa de cristal y las puso sobre hojas en cuyo margen escribió algunas aclaraciones. Dentro ya de unas fundas de plástico, colocó dos etiquetas adhesivas en el exterior: en una se podía leer Alicia;en la otra, Día de la boda y la fecha, 14-mayo-2015. Volvió a guardar todo en la estantería del pasillo.

Fue al baño y se lavó las manos. En esta ocasión, levantó la vista delante del espejo. Había sido un día raro y, a decir verdad, se sentía algo confuso. Mirándose a los ojos decidió sin embargo que sí, que mañana sería otro día. Sabía que en el archivo, entre documentos pendientes de ser clasificados, estaría a salvo; lo demás, apenas importaría. Le picaban los ojos. Abrió el grifo y se mojó la cara con agua fría. No importaría. De hecho, todo iría bien siempre y cuando consiguiera mantener las circunstancias bajo control, en orden.

Fin

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