Eran vecinos y se llevaban 18 años. No muy alentador tal vez. Siendo adolescente él la miraba jugar. Dándole gracia y ternura la mugre del vestido y la cabeza rapada ya que sus apretadas motas se resistían a ser peinadas. La mirada verde y seria que le daba antes de salir corriendo, aún más.
Para ella fue su primer amor….y también el único. Ya ni recordaba un solo momento en que no lo viera con adoración, con ese amor intenso y eterno que solo se da en la infancia.
El tiempo transcurrió. Él se hizo un hombre, vestido de traje y con sombrero. Tenía su propio taller, al lado de la casa de ella. Ella ya era una mujer, hermosa por cierto, y sabía que atraía a ese par de ojos azules cuando pensaban que no se daba cuenta. Lastimosamente quedaba en eso, y con mucha suerte, en saludos cordiales como vecinos.
Cansada, decidió que hacía falta darle un empujoncito al destino. Vio al cartero dejar una carta en la entrada del taller. Fue a tomarla para después dársela en persona más tarde. Siempre contó que llegó a su casa por un error, y esa va a ser la historia oficial. A partir de entonces, empezaron a hablar más, a ir a tomar café. Se enamoraron. Estuvieron años de novios. El compró un terreno y construyó una casa, que una vez terminada se casaron y fueron a vivir allí.
Por favor quedémonos en este momento donde abren la puerta sonriéndose el uno al otro, donde tienen el futuro por delante y los sueños a mano y frescos. No pensemos en que unos años más tarde, él tendría un problema en el corazón y ella viuda tendría que arreglárselas sola con cuatro hijos. Por favor, solo quedémonos estáticos en ese momento donde la felicidad es producto del presente y de la sublime ignorancia del futuro.
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