23.jpgAunque yo era la mayor por tres años a veces nos confundían por mellizas. Eso me irritaba, parecías tan madura con el resto de la gente… y en casa siempre actuabas de forma infantil. Por ejemplo, fue idea tuya sacar tus peluches esa noche tormentosa. Odiaba esas bolsas acumulativas de polvo, incluso me burlaba de ellas para molestarte todo el tiempo. Pero insististe . Siempre me pregunté cual era el más tétrico de los dos, si la mona sin ojos o el diablo con forma de osito. O tú, adorándolos.

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No debíamos hacer ruido a esas horas de la noche por eso te lo conté como un secreto.

Y quizás lo era.

Esa vez no viste mi rostro, pero te tapaste la boca con las dos manos y dejaste escapar esa extraña y reconfortante deformación de respiración al que los humanos llaman risa.

«Lo que pasa, es que la primavera está en la menopausia.»

En el oasis donde vivíamos, la primavera era cálida y resplandeciente. Pero ese año los días fueron nublados y lluviosos. No tenía sentido. Habían pasado ocho días sin que el sol saliera y estaba empezando a afectarle a todos. Tú parecías ser la más perjudicada. Estabas más decaída y triste… cómo una flor descuidada. 

Es que amabas el sol, lo repetías siempre que tenias oportunidad. 

Tal vez era porque tu primer nombre era efectivamente «Sol»… esa era mi romántica teoría… De todas formas nadie te llamaba de esa forma. Mamá te lo puso en el momento porque naciste un día de pleno verano a las dos de la tarde. Hacía tanto calor que estaba segura de que podía cocinar cualquier cosa en el piso sin la necesidad de fuego.

Tú primer nombre también lo eligió ella. Por un cuento que había escrito Papá en sus primeros años de universidad. El personaje principal «Lara» se perdía en una plaza. Los juegos, plantas, incluso insectos la trataban de animarla y la ayudaban a encontrar a sus padres.

Naciste del calor y las historias.

Quizás por eso tus palabras eran tan cálidas.

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Unos segundos después de contarte eso, se cortó la luz y las dos soltamos unas carcajeadas tan fuerte que nos tuvimos que tapar la boca la una a la otra.

La lluvia también empezó a preocuparme a mí.

Ya no teníamos sueño y la risa nos había despabilado. Jugamos, charlamos y aun así la lluvia no paró. Los truenos sonaban cada vez más fuerte y apretaste con tus débiles brazos a esa mona ciega. Eso era a lo único que podías aferrarte. Pero yo necesitaba aferrarme a ti, por eso te abracé lo más fuerte que podía. Seguramente te dolió un poco y seguramente ya no había diferencia. No te soltaste. Me pregunto si era tan difícil para ti como para ti aferrarte a algo

Tú dijiste suspirando algo cansada:

 «Necesito que la primavera llegue»

Pero no llegó. El verano tampoco. Yo me preguntaba si quizás el cielo nos estaba preparando. Que me estaba ayudando a acostumbrarme a vivir lejos del calor y de la luz. De ser así fue un total fracaso. Ya que nunca pude acostumbrarme a vivir sin ti.

Pero ese es otro secreto, quizás este haga que rías una ultima vez.

Aun sigo abrazando tu peluche.

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