Valentina medía 1,55 m. Es posible que decidiera no crecer más cuando se quedó huérfana de madre con 7 años y tuvo que hacerse cargo de su casa. Cuidaba de su padre que se instaló en la tristeza y en la taberna, donde ella tenía que ir a buscarle casi a diario. No podía dormir en aquella cama tan ancha y decidió abandonar la taberna y la tristeza y se volvió a casar. Una Noche  de fin de año, cuando Valentina tenía 13 años, su padre la mandó a dormir al granero con los animales para que él y su esposa pudieran disfrutar de una noche de intimidad.A la mañana siguiente, Valentina se levantó, apartó la nieve que atascaba su puerta como pudo y salió para empezar su rutina. Pero había algo diferente. Su padre aún no se había despertado. Se acercó hasta la cabaña donde vivían, entró y aún permanecían dormidos. Para siempre. Asfixiados en su propia pasión mezclada con un letal monóxido de carbono. Así que sola de nuevo la gente de la aldea de al lado decidió que viviría mejor en un convento y así fue como Valentina perdió la fe que le quedaba y la herencia de su padre.Allí permaneció hasta los 17 años, como criada, hasta que llegó Carlos, un buhonero de 35 años, que le propuso matrimonio. Valentina sólo quería salir del convento. Fueron los meses más felices de su vida.A Carlos, en uno de sus viajes llevando mercancía de Ciudad Rodrigo a Portugal, se lo comieron los lobos. Sólo dejaron los pies dentro de las botas. Y una viuda de 23 años con un hijo, Carlos, de 2 años. Se acabaron los días felices, de vuelta al convento. Y de nuevo las monjas se hicieron cargo de la herencia.Valentina  sólo quería salir del convento. Así que a los dos años de estar allí, aceptó una propuesta que alguien de Madrid, de familia de muy buena posición, le hacía. Cuidar de un joven ciego, Leopoldo, que aficionado a la fotografía se había quedado ciego con 25 años manipulando un flash de magnesio. La hermana de Leopoldo le ofreció casa y renta a cambio de cuidar de su hermano. Amargado. Deprimido. Y se juntaron en una casa de Blasco de Garay un ciego de 1,95 m y una criada de 1,55m. Una boda contratada y dos hijos más.Valentina se hacía cargo de todo y Leopoldo empezó a sentirse solo, tan solo que pasaba más horas en la taberna que en casa. Hasta que cogió una pulmonía con el resultado de una viuda por segunda vez y ahora con tres hijos. Después del entierro, en el mismo cementerio, la familia de Leopoldo le comunicó a Valentina que se acababan las subvenciones. Muerto el ciego se acabó la caridad. Los tres niños esperaban como polluelos en un nido a que llegase su madre al final del día con comida. Y así se criaron, como tanta gente en esa época.Y llegó la guerra, tras otra guerra, la de ella. De todo lo que le pasó en la vida, lo peor fue perder a su hijo, el pequeño, Pablo, primer caído por la República de la Guerra Civil. Valentina no entendía nada, allí en medio de aquel funeral de estado con entrega de medalla póstuma al valor.Su hijo mediano, mi abuelo Leopoldo, contaba que nunca vio a su madre reír.

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