Papá, ¿tú no tienes frío? decía cada noche Clara, toda ojos, atisbando en la oscuridad. Él la abrazaba hasta que se quedaba dormida y nunca le confesaba que sí tenía frío. A pesar de que la humedad del suelo se le colaba en los huesos a través de los cartones. Le daba calor con su cuerpo, le cantaba una canción queda al oído y ayudaba al sueño a vencer sobre el vértigo en el estómago y el sonido rugiente del vacío. Invocaba angelitos de puntillas, soles, y despertares felices. Después, el sueño le llegaba a su vez, oscuro y cruel. Duraba apenas unas horas.

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