¿Imaginan descargar el contenido de su mente a una computadora?, ¿poder trasvasar su personalidad y recuerdos a una máquina? o, por qué no, ¿vencer algún día a la muerte?. Algunas de estas hazañas son las que se derivan del éxito del Proyecto Holobrain, llevado a cabo por investigadores del MIT. El logro, en palabras de los mismos científicos, responde a una idea tan rotunda como espectacular: clonar la mente humana en una computadora.
El procesamiento del Conectoma Humano, o esa especie de mapeo del cerebro neurona a neurona, hace años que dejó de pertenecer al terreno de la ciencia ficción y, combinado con la actual «inteligencia» y capacidad de razonamiento de las máquinas —capaces de replicar tanto las emociones como el lenguaje humano—, puede abrirnos emocionantes puertas. Así nos lo demuestra el equipo capitaneado por el experto en computación Brendan Spencer, el cual ha conseguido ensamblar un complejo modelo computacional de un conectoma humano individual. De esta forma, y mediante un potente computador cuántico, se logra decodificar e interpretar cada uno de los patrones de razonamiento —así como recuerdos— escritos en este «mapa neuronal», permitiendo reproducir el comportamiento del cerebro replicado ante estímulos externos con ayuda de complejos algoritmos probabilísticos para la toma de decisión.
Pese a lo primitivo aun del modelo, el avance brinda la posibilidad de, literalmente, transferir nuestra personalidad y recuerdos a una inteligencia artificial. Según el propio Spencer, el proceso se resume como «trasvasar esa especie de software o manual de instrucciones que tenemos dentro del cráneo a una máquina o inteligencia artificial, haciendo posible, literalmente, revivir la copia de seguridad o backup cerebral de, quizás, un ser querido fallecido años atrás y charlar con él».
No obstante, los complejos procesos de los que dependen aspectos tales como la conciencia o el inestimable papel hormonal en la comunicación sináptica nos mantienen alejados momentáneamente de construir un «clon mental» consciente —a todos los efectos— de cada uno de nosotros. Pese a todo, cabe preguntarse si esto nos abrirá algún día las puertas a la inmortalidad digital del ser humano, literalmente copiando nuestro «software personal» a una máquina.
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