La plaza dónde jugamos
Se desata la voz y nadie espera oír nada,
porque el silencio habla de espaldas y
te acorrala.
Aprendiste a vivir como quien no sabe ni leer ni escribir, ignorante
de todo
Dejas de respirar y crees que ya no estas aquí?
Acaso percibes que no eres tú quien mueve el mundo?. Ese viejo mundo
se mueve solo y a nadie le importa saber nada más. Es mejor dejarlo correr,
y nosotros como antes, andamos a buscarnos en la plaza, allí hay juegos y risas, estarás sentada esperándome como cada tarde, después de hacer los deberes, nos miramos y nos cogemos las manos,.
Está todo cerrado, que lleguen los demás y nos hagan reír, jugaremos a dejarse perder y esconderse hasta que enciendan las luces y tengamos que volver a casa, con los padres y el silencio desenvolviéndose como siempre, en mitad de la salita de ver la tele, como un visitante ya familiar y pesado.
Eramos tan desdichados comprendiendo lo que iba a pasar, que nos escondíamos de todos y nunca salimos de nuestra olvidada plaza.
En el museo
Todavía descubres muecas de humo en las mesas de los bares,
perdidas para siempre, porque lo manda la ley
y buscas en las miradas de los demás
el humo perdido de los cigarros que fumaste entonces.
Vivíamos de espaldas al tiempo, seguramente es lo mejor, sin comprender nada.
No es melancolía sino horror ver desaparecer hasta la mierda de los perros en las aceras.
Soy viejo para andar buscando lemas por las calles, me escondo como tú
de los tenebrosos ruidos de la ciudad destruyéndolo todo.
Habito donde no se puede ver nada ni ser oído.
Es un secreto,
y lo guardo como una piedra preciosa encontrada de pronto sin ayuda de nadie,
solo yo me guardo de lo que irrita y hiere,
y del amor que no es ya lo que debió ser cuando te cogía por la cintura y nos derretíamos
en antorchas de espasmos cortados por luces oceánicas que ya no están aquí, en este puerto cerrado y clausurado
por falta de medidas de seguridad.
Hasta las barcas desaparecieron del paisaje y hoy habitan en el museo marítimo, muertas de polvo.
A veces, cuando hace más calor y no es de noche, me acerco a la puerta y celoso del vigilante evito entrar por no molestar más,
y seguir siendo invisible,
y silencioso como antes de recorrer el mundo
con una de las barcas que están ahora encerradas e inservibles para nuestro sueño.
El último barco de Formentera
He oído cosas de ti pero no encuentro tu teléfono, otra vez se escurrió la memoria.
Leía el periódico y te miraba atento, orgulloso de haberte conocido y ser cómplice de
tus excesos en secreto. Siempre he admirado tu propuesta de ser, en cambio yo
dejé de perseguir glorias efímeras y caprichos del pasado para añorar siempre tu
cuerpo bajo del mio, ensangrentados por la arena del verano, perdidos en el mar de
nadie. Te he buscado, sabes.
Ahora veo que has vuelto a éste país y que acoges a pobres como yo en en tu
casa de libros editables, y me mueve un ímpetu juvenil y esporádico de volver a
verte, comprenderte y verificar si tu cuerpo es el mismo que el que me acurrucaba
devorándome.
Esperaré otro momento, es pronto para saber si podemos seguir siendo algo de lo que no podamos renunciar.
Volver a decir tu nombre hiere, me vuelve a hacer
daño
haber dejado de ser tu esponja.
Eran veranos sedientos y no lamentamos nada por haber perdido el último barco que salía de Formentera.
Nos secuestramos hasta no poder más. Y nos perdimos para siempre.
Las sábanas
Rozas las manos y deseas aún como aquel que sigue bebiendo agua fría y no puede dejar de hacerlo.
Me decía alguien que ya no sé decir su nombre, que nunca fuerces la memoria
ni conquistes la paz con ceremonias impúdicas y malvadas, es mejor dejarse llevar
y consultar tu aura en las noches de estrellas finas, viajar y no volver nunca antes de que tercie el día.
No seremos como los cesares porque fuimos reservados para otras cuestiones más domésticas y anónimas.
Deja pasar el agua venenosa y relaja tu cuerpo en las sábanas de seda de tus amantes.
Rozar cuerpos es aun un buen comienzo para latir vida, envuelto en sueños eternos e inacabados.
Cierra la voz y abre tu cuerpo, levanta la piel de tus antepasados y verás ciega tu
verdad.
No descubras más cosas que las que te enseñó el maestro, en aquellas tardes de la primavera,
bostezando tu cabeza en tiernos lienzos del pasado.
Ama a quien encuentres en tu ciudad, en tu lugar de nadie, busca rozar las manos de quien siente como tú que ya nada es verdad,
sino una metáfora perdida.
Acaso si no encuentras tu verdad entre las sábanas de tu cuerpo yelmo y anodino, rompe tu casa y vete de aquí,
no vuelvas a encender latidos muertos o tal vez ajenos
de un fuego olvidado en ningún lugar,
donde sepas que pudo yacer alguna vez.
Djembelé
Djembelé en febrero es como un bosque animado y fértil. Todo el mundo va casi desnudo por las calles de tierra, llenas de cabras y mulas flacas y torpes. Llueve hoy
y nadie se esconde, siguen sus cosas vendiendo y haciendo como que compran algo útil.
El gendarme duerme bajo su chabola, y al lado está la madre con sus tomates podridos orgullosa y ciega de amor por su negro.
Resulta hermoso recordarlos a todos inmóviles y llenos de sonrisas también hermosas.
Eramos unos piratas en mitad del desierto y buscábamos un río para mojar nuestra sed con los rituales de la vida.
Entonces, iniciamos una huida pero vencidos por nuestra propia cadencia, tuvimos que cerrar las maletas y volver.
Volvimos como quien no tiene otra salida para desear siempre volver a ninguna parte.
Y tú sabes bien, que nunca se vuelve a ese mundo perdido y estéril de la inocencia escondida y cruel
que nos seduce todas las noches cuando apagamos la luz de la mesita.
Esta noche veo el cielo de las estrellas caídas sobre aquel oasis donde no habita el miedo.
Y me duermo, sólo sin saber de ti ni de nadie.
Materialismo dialéctico
Una lección de marxismo nos descubrió
que en la vida hay que hacer algo por los demás.
Aprendimos las armas de la dialéctica, y a conjugar nuestros deseos
con la conciencia crítica de los antepasados.
Leíamos y recitábamos de memoria a Marta Heineker, a Engels y tambíén al maestro Carl Marx.
Teníamos clases de bolchevismo por las mañanas en aquel piso franco, encima de un horno, donde nos abrasábamos en verano con las lecciones de
estrategia y economía capitalista.
Y no veíamos a chicas, estaban prohibidas por ser banales y un lujo de distracción que no podíamos permitirnos.
Como monjes eramos.
La revolución nos esperaba.
Y en mitad de aquella guerra, aprendimos de Gabriel Celaya, Pedro Hierro y tambíén del burgués Cernuda, aquel que nos descubrió que el deseo no es nunca realidad.
Otros se adormecían con Aleixandre o el inimitable burrito, y el viejo griego en buscas de islas perdidas
Vivíamos de lo que leíamos,
y esa fue nuestra trampa,
caímos en el sueño de los perdedores que nunca encontraron su sitio en éste mundo pueril y anclado que nunca cambia de lugar ni de color.
Siempre fuimos eso, unos lectores de sueños imposibles y desvanecidos
que nos envenenaron y mataron nuestra libertad.
En una ciudad amable
Por las tardes, húmedas y vacías, estabas en la puerta de tu casa, en tu mesita portátil con varios libros subrayados.
Estabas dejándote barba, y era negra y rizada como lo eran también tus cabellos.
Reíamos y discutíamos de política tal vez, y nos dejábamos llevar por la ciudad que entonces era amable y sencilla.
Las mujeres no tenían imagen ni nombre, eramos sólo nosotros,
lo demás no importaba.
Cerramos la puerta y bajamos hacia donde nadie nos encontraba, en medio de todos y sin nada que decir.
Odio esto de no tener que decir nada. Te dejo a ti que lo inundes todo
No sé decir nunca ni como acabará esto, pero te recuerdo y solo quiero ser aquel que te buscaba enloquecido y furioso
por si ya te habías ido a ningún lugar donde no habita nada.
Soledad
Algunos días paseo entre los campos y el sol deja una sombra bajo mis pies
hundidos y lentos ya. Estoy en la playa, donde nadie es del color que parece.
Me escondo y descubro cosas inútiles que me hacen vibrar
y dejo de ser yo por unos momentos.
Pasan los minutos oyendo el agua caer, y veo que los mosquitos dejan de fastidiar como siempre,
apunto el día y la hora en mi piel y dejo secar mi sonrisa también.
Esperando volver a verte por si acaso dejas a quien no debes
Esperando que cometas ese delito impropio
de quien no tiene que hacer nada ya.
En cambio, sigo siendo delator de tu mentira
y no puedo resistir este silencio y ésta distancia. Tan inútiles son los minutos, que hoy dejo de buscarte ya.
Prefiero ver caer estrellas en mi bosque y esperar que se inunde todo de polvo y de ocaso,
que no perjudica demasiado a mi salud.
Viejo y solo estoy, pero no muero sin ti, solo espero.
No es nostalgia, es amor solo
Cuando decidí escribirte, no sabía por qué ni a dónde.
Habías huido hace mucho tiempo y no sé nada de ti,
pero tenía que hablarte, decirte que ya no te amo,
que mi vida se acabó hace tiempo, entre los matorrales del olvido,
en no sé qué lugar ni hora.
Pero sentía una imbécil necesidad de volver a acordarme de ti
y sentir tu piel en mis labios.
Cesar también amó a uno de sus criados y nunca dejó de amarse por ello.
Dimisión
Dejaré ésta forma de decir las cosas y voy a esperar cambiar el tiempo. Inmóvil
Licito es pensar así, no me hieras más.
Deja escancíarme en ésta rancia copa y luego pasaré a dormir.
Viajar por el nomundo, perderme y encontrar la paz.
Soy otro vagabundo y a nadie le importa ya,
he dimitido de mis cargas y obligaciones, y he dejado los papeles en manos de quien debe.
Lo demás ya no importa.
Buscaré solo la belleza, aunque sea en un campo abandonado de la serranía, o en algún huerto de limones
perdido y seco.
Cualquier plaza o lugar es un paraíso. Son míos y nos los voy a compartir con el pasado.
Buscaré hasta morir, y luego ya se habrá saldado la deuda
que tenía con los míos, con mis recuerdos invictos
y dejaré de ser lo que he sido.
Tenéis mi dimisión para olvidaros de mí por siempre.
Silencio protector
Es hoy un día verde y estéril. Limpio el cristal de casa y solo veo el cielo
herido de estrellas que no murieron ayer.
Cambian las horas pero sigo aquí
inmóvil y esperando verlas caer.
Solo el silencio me acompaña y estoy feliz porque me adormece y separa de
lo demás.
Y aunque quiera vivir de otra forma,
como aquel que veo ahora cruzar la calle,
no sabría decir ni una palabra que me acercara
y me hiciera más vivo.
Es el silencio, amigo
y nadie más me espera, me quiere como si fuera su voz o un cuerpo blando al
que entrar sin blindaje ni contrabando, me acerca a mi vida de hace tiempo, y recuerdo,
también visito lugares que nadie pisó como yo,
y me limpia de todo lo que me duele y consuela como si fuera su hijo.
Un silencio protector y bello como si fuera mi amigo invisible y perpetuo
que me acaricia y conmueve.
Estoy enfermo
Hay días que me muevo demasiado, buscando algo, intentando ver
pero, de pronto, quedo como estoy, suspendido y abatido.
Resulta pequeño mi cuarto, y mis libros no me dicen nada ya.
Me han detectado, inicio de psicodepresión anímica, con derrama esquizofrénica y me han dado unas pastillas
que no tomo. Hace tiempo que no duermes conmigo ya.
Lo mío es una soledad galopante sin remedio ni ayuda. Me muero
y nadie hace nada por evitarlo. Y tú siempre conmigo,
ahora ya no vuelves a ésta playa perdida.
Mi tiempo se acabó y el perfume del viento me lleva hasta
el mundo de no se sabe qué más.
Ni siquiera, río cuando canta alguien, ni me despierta ya el trino de mis pájaros.
Solo parece que fluye una huida aparente de todo, sin saber muy bien a dónde
perderse.
La enfermedad es la señal de que no queda más qué hacer. Enfermo
de ti y de tu olvido, nada espero de mí, solo las pastillas pueden sofocar
ésta derrota
Quedan unos pocos
Dylan es Dylan, como un misterio más. Incesante siempre,
incontrolable
Repiten los lameculos y los pirados
eternas consignas sin dejar de contagiarse
por sus mentiras,
acabarán con ellos también. Son la escoria del mundo
Pero unos pocos se dedican a olvidarse del mundo y ser un hilo en el que
tejer su magia y su irresistible vigor
para estar aquí todavía.
Dylan o Cohen, los músicos olvidados de los bares de jazz, los callejeros también.
Es una gota sí, pero sabe a mucho y
alimenta en las noches de sed
y fuego.
Crónica de una muerte presente
Conoces el viento, la arena y el mar. Son los habitantes del mundo con los que vives.
Los demás no están, han huido de ti para siempre.
Y tienes a a Bobi que te enseña su rabito de color azul.
Y está Manolo, que es el rey de la casa, siempre con su trino
inundándolo todo.
A veces, más pareces un fantasma que alguien con nombre o pasado.
No sabes ya que decir ni sabes hablar con nadie.
Estás muy loco para ellos.
El teléfono no suena nunca y has resuelto dejarlo sin batería.
Ellas no traicionan, no hieren, no cansan. Las palabras son
lo único
para
dejar de ser con dignidad y sabiduría.
La medicina de todos los días, tu comida y bebida.
La inercia que te une a la vida.
Tus sonrisas mudas vestidas de ti
Como el pájaro de la primavera
Desde aquella vista, rodeada de piedras y pinos,
pudimos saber del olor a muerte y rabia
Eran otros tiempos, otras guerras de las que huir y olvidarse
Es raro aprender que no se puede cruzar un rio dos veces
el mismo día
y no mancharse los zapatos que nos dio la madre
Hay que saber perder y mojarse en el rio de la vida sin perder de vista
quien nos dio lo primero y lo mejor. Sonreír es vida, lo contrario
no debes saberlo nunca
A veces, escucho el silencio y me devuelve como el pájaro de abril
unos minutos de amor,
recuerdo el color del tiempo joven, respiro
y vivo
como el primer día de mi libertad
después de escapar de
la gran derrota de todos los días
Una leyenda del camino
Llegan voces de siempre a mi mesa en un día como hoy
que despierto y licenciado de errores
busco en mi bolsillo algún
quehacer cotidiano que alivie mi desengaño.
Siguen el camino los otros, ya sin mí, descansando en la fuente
del enciso y veo sus cuerpos y sombras
hablando cosas que no entiendo
Son ellos, los de siempre, peones y vecinos envueltos y rodeados
por un incierto futuro
pero siguen hablándome y escucho su insuperable diccionario
y anoto en el cuaderno, una leyenda que cuentan todavía
donde el pastor luchó contra alguien
en donde nadie puede aprender sino memorias de guerras y cruzadas
absurdas y salvajes.
Y él sigue en su cárcel,
vomitando
el odio que nunca pudo evitar por desear lo que no pudo
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