Wonderland- La tierra maravillosa de los sueños.

Wonderland- La tierra maravillosa de los sueños.

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15/06/2015

El ardiente sol de mediodía baña las enormes montañas de basura y sus afilados rayos caen como de una regadera, rebotan en las botellas de vidrio y los recipientes de refresco. El denso aíre transporta una serpiente de calor con una piel de notas al ritmo del cascabeleo zumbón de las moscas. Las bolsitas de patatas fritas plateadas que, agitadas por el aire serpentean a baja altura como si fueran mariposas azul grana, parecen lluvia de espejos.

En el cielo los pájaros merodean en círculo ejecutando una danza acompañada del canto proveniente de una vieja radio, la voz de una mulata que con pronunciación clara y voz potente hace estallar por el aire su canción Winter Wonderland que los anima a agitar más aun las alas. Suben en escalerita los compases, en forma de espiral,  las aspas de los avechuchos se mueven vertiginosas al sentir las cosquillas de las percusiones, vientos,  acordes y la voz humana.

En la jungla de desperdicios, las independientes patas de los perros avanzan al ritmo de la melodía de la tierra de los sueños, como en una escena de la película de Víctor Fleming, pero en suelo equivocado, la manada de caninos se  balancea con cadencia mientras dos niños pequeños les indican la dirección que han de seguir para llegar al lugar de los camiones de volteo.

¿Escuchas las campanas del trineo? 
La nieve del camino esta brillando 
Una vista preciosa 
Estamos felices esta noche 
Caminando en invierno por 
el país de las maravillas. 
Desapareció el pájaro azul 
y aquí está para ser una nueva ave 
El canta una canción de amor 
Caminando en invierno por 
el país de las maravillas. 

Sólo los zopilotes parecen comprender que el pájaro azul se ha transformado y se desvive de amor en las nubes, todos sin excepción sueñan con el país maravilloso de riquezas sin igual, miran hacia abajo.

En tierra, Memín lleva a su hermana cogida de la mano para que no se retrase y no se distraiga con los juguetes y dulces que están abandonados en un pequeño montículo de desechos, abultado a la izquierda de un pequeño sendero terroso libre de inmundicias.

“Ya vamos a llegar”, le dice a Vicentita. Ella no emite más que un sonido raro y levanta la cabeza tratando de comunicarle a su hermano que está de acuerdo y que hace todo lo posible por seguirle los pasos. De pronto, se adelantan los perros a gran velocidad.

“¡Qué suerte!  Mira, Vicentita, todo para nosotros. Hay toneladas de cartón, hoy si sacaremos bastantes ganancias”.

Los dos infantes saltan de alegría y Memín se pone a trabajar con esmero separando las cajas de varios electrodomésticos. Con una agilidad magistral dobla los enormes cartones y los va poniendo en una columna que ya mide más de cincuenta centímetros. Al levantar unas bolsas, se desparrama un pollo a medio comer. Las aves de rapiña lo divisan y en una fila ordenada se desploman desde el cielo, lo atacan, lo pican y en un santiamén lo desfiguran, lo que fuera en vida un gordo gallo, ahora es un esqueleto danzante que da diversión de teatro guiñol a las voraces ladronas del basurero.

Memín recolecta unas bolsitas de supermercado, las enrolla, las estira y va amarrándolas para hacer un mecate de plástico, cuando ve que es lo suficientemente largo, lo pasa por debajo de los cartones, luego lo cruza y hace unos nudos.

“Ya está. Vámonos, Vicentita, allá está el camión recolector. Agarra este extremo y jálale. Bien, así, con cuidado, no te me vayas a caer”.

Con la frente chorreando de sudor, Memín, llega hasta el camión de basura que no parece mulata pero emite el mismo sonido con voz aterciopelada, con esa frasecita que ronda por todo el muladar. Un hombre gordo los ve y los saluda.

“¿Qué tal Memín y Vicentita, cómo están?”

El niño se sonríe y le muestra una boquita chimuela.

“Bien, hijo, dime, ¿de dónde sacaste tanto cartón? ¿Es un buen día, no?”

Memín lo mira con astucia, le giña el ojo y abre su mano para recibir el pago por su cargamento.

“Está bien, hijo, como has traído cajas casi nuevas te voy a dar diez pesos, ten, cógelos.”

El pequeño se guarda el dinero en el bolsillo y se va por Vicentita.

“Nos dieron diez pesos Vicentita, diez pesos. Con esto la vamos a pasar muy bien. Oye, vamos por los juguetes que estaban tirados allá atrás.”

Los dos salen volando y en la carrera precipitada los perros comienzan a ladrar de gusto, el aire se llena de risas. Vicentita coge una muñeca rota, la abraza y le hace cariñitos.

“Pobre muñequita, ¿quién te ha dejado aquí solita?”

Parece decir, Vicentita, que por tener deformaciones en la quijada no puede hablar con claridad. Memín mira sus zapatos curtidos por el sol y endurecidos por la cantidad de desperdicios que pisa en la mega zahúrda. Se le olvida que están rotos y se pone a bailar al lado de Vicentita porque ha encontrado un coche de control remoto.

“Mira nada más esto, Vicentita, es un Ferrari de control remoto”.

La niña se sonríe y con sus ojitos iluminados abraza a su hermano. Pasan todo el día buscando chucherías entre los desperdicios. En ocasiones se pelean con los pájaros y con los perros porque les tratan de arrebatar la comida más fresca. Cuando por fin el sol comienza a perder su fuerza y calor, los dos niños se van a su casa.

Viven solos porque sus padres se murieron. La madre, cuando nació Vicentita y, el padre, en una bronca con unos borrachos, el año pasado. Viven sin muchos apuros porque los vecinos siempre los ayudan cuando hace falta. Les quedó su casita de techo de yeso cartón y vigas de madera que construyó el señor Adrian antes de morir. Por la noche, se acuestan en sus camas de colchones viejos y Memín le cuenta historias a su hermanita. Esta vez, quién sabe por qué, solo habla de una tierra maravillosa donde un león, un hombre de paja, otro de hojalata y una niña, viven increíbles aventuras en busca de un mago que les dé valor al felino, un cerebro al robot y un corazón al espantapájaros.

Vicentita se duerme y sueña que la deformidad de sus piernas desaparece, que su cara deformada y su joroba no son parte de su cuerpo, se transforma en una Dorothy bella, con un vestidito azul y zapatitos blancos. Agita su pelo, ve las estrellas y le pide a Dios que nunca se termine su sueño y que nunca deje de ser esa niña tan querida por su hermano. La noche se llena de música y los labios de Vicentita se transforman en una inocente sonrisa.

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