Todas las tardes a las seis, Francisco Vivas, abandona presuroso la casa más triste del barrio ocho. Se sienta en un banquito, tan fatigado como él, y contempla el llanto pausado de su vivienda. A veces Francisco también llora. Por solidaridad, por bronca, porque, a sus 85 años él también está solo y condenado a muerte como su casa. La última en su especie y que el próximo martes será derruida.
Hace 30 años, tras el gran sismo, los tradicionales materiales de construcción fueron reemplazados por elementos de mayor resistencia y autorregeneración. Uno de los nuevos materiales, conocido como la roca vegetal poseía la dureza del concreto, la propiedad de tomar el dióxido de carbono para producir oxígeno como las plantas y generar energía para el funcionamiento del sistema computarizado de la vivienda. Durante el 2020, el material fue el preferido de las inmobiliarias. Bautizadas luego como casas ecológicas funcionaron bastante bien por casi dos décadas, hasta que empezaron las muertes. Se descubrió que algunas casas desprendían sustancias neurotóxicas y devolvían antojadizamente el dióxido de carbono. Los ocupantes morían de asfixia o locura. En prevención el gobierno autorizó la destrucción de estas viviendas luego llamadas “asesinas”.
La medida fue rechazada por ecologistas. Argumentaban que sus casas eran organismos vivos. Esto último fue confirmado recientemente. Estudios demostraron que las viviendas de “roca vegetal”, desarrollaron con el tiempo un primitivo sistema nervioso. Es decir sentían y compartían sus emociones con otras casas a través de raíces interconectadas.
El sector ocho fue el último distrito en derruirlas. Cuando las demoliciones iniciaron la vivienda de Francisco empezó a excretar un líquido urticante, por las tardes. El anciano cree que son lágrimas. «Las tardes bonitas la hacen sentirse más sola y por eso llora. El gobierno debería mantener esta vivienda como la última de su especie o al menos esperar a que me muera para quitarme mi hogar» sentencia. Sentado en su banquito frente a su vivienda, a veces parece que la casa llora por él. Este martes, 6 de la tarde del año 2050, la casa ya no estará viva, el señor Francisco, tampoco.
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