Recuerdo cuando tenía 10 años. Una noche, después de la cena mi padre se me acercó y con mucho orgullo dijo:

– Manuel,  ya es hora de que recibas la herencia más importante.

 En ese momento sacó de su bolsillo su reloj. Era un reloj de bolsillo plateado con leontina. Tenía una tapa grabada  que se abría al oprimir un pequeño botón y un tic tac melodioso. Mi papá adoraba su reloj y no entendía por qué me lo entregaba.

–Es tradición familiar- me dijo-.  Esta reliquia debe ser entregada al hijo mayor cuando cumpla los diez años. Es la manera de expresarle que es el dueño del tiempo.

Fue uno de los días más felices de mi vida. Ser el dueño del tiempo. Era demasiada responsabilidad.

A partir de ese momento use ese reloj todo los días y me ayudó a controlar el tiempo de una manera asombrosa. Yo sentía que hacía eternos  mis mejores momentos, que hacía más cortos mis momentos tristes y que  detenía el tiempo en los momentos de prisa.

El día en que mi hijo mayor cumplió 10 años le hice entrega del reloj con la misma solemnidad con que lo hizo mi padre. Para él no fue tan importante, lo miró, dio las gracias y lo guardó muy bien, para continuar su juego de vídeo.

Hoy tengo  70 años. La semana pasada mi nieto mayor cumplió 10 años. Lo estoy esperando para preguntarle cómo se siente por ser el dueño del tiempo y tener semejante reliquia que al pasar el tiempo no solo ha adquirido valor sentimental sino también comercial. Llegan de visita mi hijo y mis nietos y noto con alegría que Manuel, mi nieto mayor, lleva el reloj en la mano. Al verme me entrega el reloj y dice:

 –Abue, vine a devolverte tu  reliquia. 

No comprendo lo que me dice. Tal vez mi hijo no supo explicarle bien. Entonces le digo con gran orgullo, igual que  lo hizo mi padre:

– Ahora te pertenece.  Es una tradición familiar.

 Me muestra su muñeca mientras dice:

– Mi papá me regaló de cumpleaños un “Smartwatch”, que es compatible con Android. Con el puedo acceder a las redes sociales, bajar aplicaciones, jugar, escuchar música, planear mi actividad física, conocer el clima, acceder a mapas satelitales,  en fin… Mis padres también lo tienen. Guarda tú la reliquia que va más contigo y yo no la quiero.

No puedo entender que no lo quiera. Sigo  insistiendo:

– ¿Y no te interesa ser el dueño del tiempo?

Nuevamente se ríe diciendo:

 – Los tiempos han cambiado Abue. Ahora todo es diferente. Con este «smartwatch» soy dueño del tiempo del espacio y de todo lo demás. 

Me doy cuenta que él tiene razón. Tomo mi antigüedad y la pongo nuevamente en mi bolsillo, lugar del que jamás debió salir.

 

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