Imaginad un artilugio electrónico tal que, conectado directamente a vuestro cerebro, grabe y después reproduzca todos vuestros pensamientos de un solo día, por ejemplo.


El utensilio será enchufado a las 00:00 horas del día A y será retirado a las 24:00 horas del mismo día. No ocupará más espacio que un paquete de tabaco (lo podréis llevar en el bolsillo derecho, o izquierdo, de los pantalones) y de él saldría un pequeño hilo eléctrico que, pasando por debajo de la ropa, sería colocado hábilmente justo en el punto de confluencia de vuestro hueso frontal y vuestros dos parietales. Si tenéis pelo quedaría muy bien disimulado: el hilo pasaría por encima y por detrás de vuestra oreja derecha, o izquierda, y de ahí el cuello de la camisa. Si sois calvos siempre os quedaría el recurso estético del sombrero, o el menos estético del apósito. Antes de todo esto, sin embargo, algún médico gentil ya os habría preparado el lugar preciso de la conexión: una pequeña incisión en el lugar antes mencionado y una especie de pequeño enchufe para poder recibir el cable. El aparato sería muy sencillo funcionamiento y se alimentaría de una pequeña batería. También es evidente que si queréis gastar un poco más y ser un poco más modernos, podéis utilizar tecnología bluetooth y ahorraros el incómodo cable. Como sabéis, todo es una cuestión de dinero.

Una vez hecho todo esto, pasaréis a la acción. Lo usaréis todo el día A.

Después vosotros mismo lo desconectaréis y lo volveréis a conectar al ordenador (o tablet, o smartphone) que tengáis con vuestra correspondiente impresora. Esta imprimiría hojas y hojas con todos vuestros pensamientos, tanto del día como los sueños de la noche. También podéis ser más ecológicos y no imprimirlo: sencillamente lo podéis guardar en el ordenador (o tablet, o smartphone) o en algún gadget electrónico de almacenamiento.

A las 00:01 del día B (de nuevo con el artefacto en funcionamiento) leeréis atentamente todo lo que habéis pensado durante el día A: lo leeréis y lo recordaréis perfectamente: mientras estabais en la oficina trabajando («¡válgame Dios, qué muslos, Catalina! «), mientras leíais el periódico en la oficina («este político tiene ojos de merluza «), mientras estabais con vuestros amigos (» ¡mira que llega a ser burro este Jorge! «), mientras estabais en el WC («¡mierda, se acabó el papel!»), mientras ibais de tiendas («esta tele es demasiado cara » o bien «está buena la vendedora») o mientras follabais  con Carmen, vuestra mujer («¡válgame Dios, qué muslos, Catalina! «) (1). Lo recordaríais todo porque todo quedaría escrito y, por tanto, vuestra memoria inmediata siempre quedaría ampliada.

(1) Pido perdón, miserable de mí: sólo se ha contemplado el punto de vista masculino, por ser siempre un poquito más básicos. Para feminizarlo un poco, cambiad los nombres propios y algunos de los comunes (muslos por culo, tele por ropa, etc.)El efecto conseguido no será idéntico, pero sí muy similar.

El uso de este maravilloso aparato conllevaría, sin embargo, dos graves problemas:


Como todo lo que se ha pensado durante el día A ocuparía muchas hojas, deberíais guardar todo lo que sería comprometido como, por ejemplo, lo que pensabais mientras follabais  con Carmen o bien algún sueño de fuerte carga erótica y / o pornográfica. Por tanto, os deberíais comprar una caja fuerte con una llave y /o contraseña que sólo tendríais vosotros. La clarividencia estaría muy bien para vosotros, pero si alguien de vuestro entorno pillara las hojas prohibidas, quedaríais perfectamente retratados ante todo el mundo con la consiguiente ira y vergüenza. También podría ocurrir (como ya hemos dicho antes) que decidáis  no imprimir todo lo que habéis pensado: quedaría, por tanto, dentro de la memoria del ordenador (o tablet, o smartphone) o bien en algún gadget. Pero también podría ocurrir que vuestro hijo de once años, Sergio, mientras jugaba a la guerra con el juego Call of Duty, accediera por equivocación a vuestro archivo y se lo pasara a Carmen. Sería el triste principio de un grave conflicto familiar con consecuencias imprevisibles. Para el resto de gadgets, la caja fuerte se volvería un utensilio indispensable. Tendríais, eso sí, que tener mucho cuidado de la llave y/o contraseña; en caso contrario (es decir, que cayera en manos de su hijo mientras buscaba algunas monedas en los bolsillos de vuestros pantalones) podría reiniciar, por otra vertiente, el grave conflicto antes mencionado. O no.


El otro problema tendría más difícil solución: todo lo que habríais recordado  el día A modificaría inevitablemente todos vuestros pensamientos del día B; el día C sería modificado por los días B y A; el día D por C, B y A; y así hasta que llegara algún día en que ya estaríais cansados ​​de tanto desear monotemáticamente los bonitos muslos de  Catalina y, también, de amar tan obscenamente a vuestro ego.

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