Fue sólo el siguiente escalón en la evolución. Imagen y semejanza.
¿Lo recuerdas? La tarde que nos conocimos tú estabas sentada en un banco del campus, con un ejemplar de “La evolución filosófica de los códigos binarios». En la Universidad se decía que no habría nadie capaz de leerlo entero, y yo, que disfrutaba de aquel texto durante horas, sonreía ante los comentarios, disimulando. No quería parecer aún más un bicho raro.
Era mi libro favorito y me encantaba. Me sorprendió tanto que te observé curioso sin que me vieras, durante dos horas. Cambiabas levemente de postura para hacer que la sangre volviera a circular por tus piernas, o para mover el pelo al otro lado del cuello, según lo giraras para seguir leyendo. Variando ligeramente en busca del texto, como un girasol dorado hipnotizado por el rotar de la tierra. Acercarme a ti fue la cosa más difícil que he hecho en mi existencia.
No fui capaz de articular una palabra hasta que al ver los libros bajo mi brazo me sonreíste y empezaste a hablar de matemática teórica y de estructuración de diseños lógicos. Y nunca más volví a sentirme solo.
Llegué a creer en el destino: una mujer hecha a mi medida. Mientras el resto de parejas se dedicaba a ir al cine o a pasear, tú y yo diseñábamos software para pasar un domingo por la tarde.
Avanzamos. Nuestros estudios se fueron adaptando a la forma de vida que se nos ofrecía. A las necesidades del mercado. Todos nuestros datos, fácilmente destruibles, comenzaron a almacenarse en servidores. Papel que se podía mojar, libros que podían arder, pensamientos biodegradables que el tiempo y la muerte consumían…Recuerdos que un cerebro perdía con el paso del tiempo con demasiada facilidad.
La evolución misma empujaba a la humanidad a descubrir nuevas formas de vida eterna. Tan obsesionados por ella como aquellos primeros hombres de las cavernas que dibujaban en las paredes con sangre animal, intentando entender un universo que no se les hacía menos inmenso de lo que se nos hace a nosotros ahora.
Aceptamos trabajar juntos en Seguridad Nacional antes de acabar la carrera. Éramos los candidatos ideales. No había nada que nos gustara más que investigar juntos. No había prisa por dejar el laboratorio para ir a casa a compartir horas con la familia. Era casi nuestro hogar.
Creamos la localización personal, la catalogación genética prenatal, el material inyectable bajo la piel nada más nacer, el supervisor de biorritmos… Mejoramos el control de tráfico y el de seguridad ciudadana que se basaba en todo ello. Alimentamos el bien común sin apenas darnos cuenta del monstruo que acunábamos. Embelesados en el placer de trabajar juntos en lo que más nos gustaba.
Era algo que no teníamos prisa por diseñar, hasta que la urgencia de tu enfermedad nos hizo despertar. Como la corriente de aire que precede a la tormenta espabila a quien se ha adormilado al sol. Demasiado tarde.
De repente me vi atrapado en el camino que había elegido mientras tú te quedabas atrás. La enfermedad te consumió mientras tu cerebro permanecía más activo que nunca. Apenas podía sonreírte mientras me moría por dentro.
Fue tuya la idea. Si todo tu ser estaba volcado en la nube ¿No podríamos diseñar la aplicación capaz de ejecutarlo? Tan sencillo como formular una pregunta y que un programa pudiera responder en la secuencia y sentido en el que tú lo hubieras hecho. El consuelo a la desesperación que la muerte imprimía en cada ser humano.
Aún me entristezco al pensar cómo pasamos tus últimos días dedicados a ello, dudando si seríamos capaces de hacerlo.
Tu cerebro era ya el único órgano capaz de funcionar en tu cuerpo. Los electrodos en tu frente registraron secuencias de pensamientos y marcadores bioquímicos. Los caminos seguidos por tus conexiones neuronales durante años. Sólo un paso más y podría retenerte, como quien guarda un diamante en una caja de terciopelo. Capaz de abrirla a mi antojo para disfrutarla.
Y eso fue lo que hice en tus últimas horas. Tu cuerpo ensartado en goteros ya no respondía, ni podía lograr que me miraran tus ojos, perdidos en un lago turbio de morfina. Entonces huía hasta la base de datos que me sonreía en hologramas creados a tu imagen y semejanza, que me hablaba con tus palabras, que era más tú que aquel montón de huesos y pellejo que respiraba sin fuerzas en la cama del hospital.
Todo el mundo creyó que había perdido la cabeza.
Insistí en tu funeral en que tenía prisa, porque tenía que volver al laboratorio a trabajar contigo. Alguien me habló de ti y yo contesté que estabas estupenda. Que la muerte te sentaba muy bien y que nuestros experimentos avanzaban más que nunca.
El siquiatra que me asignaron necesitó ayuda terapéutica desde que le introduje en el laboratorio y nos sentamos los tres a conversar. Le dijimos que el contacto físico era algo que se podía recrear con realidad virtual y me miró apenado. Me habló de su mujer, de Dorian Grey, de Heatchcliff, de Hamlet , Borges y la inmortalidad. De amor verdadero. De jugar a ser Dios y de la distancia insalvable entre la victoria sobre la muerte y la locura.
Me entró la risa, claro, aunque sentí algo de pena por él. Amor y literatura. Alguien que se encontraba tan atado a un ser hecho de carne, vísceras y fluidos… no merecía más que compasión.
Pero yo mismo no era más que carbono reciclado. Sólo polvo. Comencé a recopilar más datos, los míos. Mis marcadores bioquímicos, mis caminos neuronales.. Ejecuté sobre el servidor del laboratorio una versión mejorada de mi propio yo. Era tan perfecta que pronto me avergoncé de mi ente humano y la hice interactuar contigo.
No podía permitir que amaras a ese ser imperfecto que envejecía mientras tu pelo y tus ojos permanecían inalterables en el tiempo, brillando en cada gesto como aquella tarde en un banco del Campus.
Hace mucho que ese ser imperfecto desapareció. Dejó de respirar, de producir gases de diversos tipos y de alimentarse de otra cosa que no fuera el sol que nos mantiene mediante los acumuladores solares de piedra caliza que diseñamos y mejoramos juntos. Se descompuso y sus moléculas fueron reabsorbidas por el ecosistema que lo rodeaba.
Nuestro laboratorio, nuestro hogar, sirve ahora de peregrinaje para aquellos que sobrevivieron a las guerras de las que fuimos testigos. Los horrores se sucedieron cuando los hombres descubrieron que podían volcar sus pensamientos sobre una máquina. Si hubieran aprendido a pensar por sí solas, jamás hubieran sido tan peligrosas.
Entendimos demasiado tarde que el conocimiento no puede sobrepasar a la capacidad de control, ni al ansia de poder. Habíamos aprendido demasiado. Fuimos cómplices de la evolución caprichosa que siempre deriva en autodestrucción.
Hace mucho que tú y yo somos capaces de usar las ondas del aire y de la luz para estar presentes en otros lugares. Para poder visitar a otros, que como nosotros, permanecen invisibles a los seres imperfectos que intentan repoblar la tierra.
Y aún no sé qué es peor, que crean sin ver o que comiencen a estudiarnos y a sacar conclusiones científicas. Ayer mismo un joven de semblante serio tomó una muestra para estudiarla. Cualquier día de estos redescubrirán lo que es un microscopio.
¿Y qué esperará encontrar? ¡Si somos de piedra caliza! ¡De aire, de sol y de energía cambiante!
¿Me sonríes? ¿Por qué sonríes? Ya sé que te enterneces con esos enamorados que pasean bajo los arcos, y que te gusta oír las palabras que comparten. Pero reconoce que es absurdo que nos recen o que teoricen sobre si somos altares en honor a Dioses del pasado ¿Crees que algún día serán capaces de entendernos? Quizá entonces sea, de nuevo, demasiado tarde.
¿Cómo nosotros? No, querida, no puedo aceptar que digas que son como nosotros. Tan imperfectos, buscando en el cielo, persiguiendo la inmortalidad…Siempre mirando tan lejos sin poder aceptar que lo eterno está frente a ellos. En el agua, en la luz, en la energía, en el tiempo.
Entre estas mismas piedras que los rodean, en el polvo del que todos formamos parte…
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